ARGENTINA

Para la administración del presidente Obama debió ser difícil decidirse a intervenir en Libia. Desde los inicios de su gobierno, el mandatario norteamericano trató de marcar diferencias con su antecesor en política exterior. A la doctrina militar de Bush, que justificaba el ataque preventivo contra todo Estado y grupo terrorista que amenazara la seguridad de Estados Unidos de Norteamérica, antepuso una estratégica en la que se reconocía la existencia de una multipolaridad que lo llevó a estrechar lazos con la Unión Europea, redefinir relaciones con Rusia y China, acercarse a América Latina e incluso al mundo musulmán.

Poco hacía prever que luego de Irak y Afganistán estallara una crisis en el norte de África, con manifestaciones y protestas populares que pusieron fin a los regímenes autoritarios de Egipto y Túnez y que se replicaron en Libia hasta alcanzar características de guerra civil. Las confrontaciones amenazan extenderse por efecto dominó en el mundo árabe, donde monarcas, dictadores y presidentes se aferran al poder por décadas, a base del miedo, la represión y la conculcación de los derechos de los pueblos. Empleo, libertad de expresión, democracia, son algunas de las consignas movilizadoras.

Países que antaño fueron colonias de potencias occidentales y luego estados con gobiernos peones en el tablero de la geopolítica mundial sufren convulsiones internas a las cuales no podían ser ajenos los centros del poder de Oriente y Occidente. En tales circunstancias, solo la ONU resulta ser el referente de legitimación para intervenciones en que se conjugan intereses estratégicos que demandan acciones militares, con principios humanitarios que conllevan operaciones por la responsabilidad de proteger. El realismo político en toda su crudeza junto a una moralidad forjada en la defensa de los derechos humanos y los movimientos de masas, que busca reconocimiento efectivo en las relaciones internacionales.

Las resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU legitimaron y viabilizaron la intención del gobierno norteamericano de no intervenir solo en el conflicto. Conjuntamente con los países que integran la Unión Europea, excepto Alemania, el vacilante apoyo de la Liga Árabe y la Unión Africana, mientras rusos y chinos con su postura dejaron hacer y pasar; Estados Unidos ahora interviene pero sin protagonismo, logrando establecer cargas compartidas en la dinámica de los acontecimientos que acaparan la opinión pública mundial.

La reciente visita del presidente Obama a países de América Latina no se vio interrumpida por estos hechos, aunque en alguna medida fue eclipsada por los mismos. La presencia del mandatario estadounidense en Brasil motivó que la Cancillería de ese país haga referencia al principio de multipolaridad benigna, como base para una sociedad estratégica. El encuentro expresó el interés de que el coloso del Sur sea el líder que asuma responsabilidades en la configuración geopolítica de la región. La visita a Chile fue también un espaldarazo a un gobierno afín ideológicamente y que ha mostrado, igual que Japón, tener la capacidad de continuar creciendo incluso a pesar de sufrir desastres naturales.

Se ha observado que la visita no incluyó a la Argentina ni a ningún país andino. Con el gobierno de Cristina Fernández hay desencuentros que tienen antigua data. Los afanes imperiales de antaño y el veleidoso populismo siempre han sido una fórmula explosiva. La señora presidenta ha asumido como desaires la negativa del presidente Obama de entrevistarse con ella y de volar del Atlántico al Pacífico sin pisar suelo gaucho. Su respuesta ha sido el rechazo a la intervención militar en Libia durante la reciente visita del presidente Chávez, la retención de equipo militar norteamericano y la inacción gubernamental ante la intimidación y el bloqueo a la circulación de importantes diarios como El Clarín y La Nación.

Por su parte, el presidente Hugo Chávez, ahora premiado como defensor de la libertad de expresión por autoridades peronistas de la Facultad de Periodismo de la Universidad Nacional de La Plata, no ha perdido la ocasión de calificar la intervención militar en Libia como imperialista y expresar su apoyo al camaleónico dictador Muamar Gadafi.

En Ecuador, las cargas compartidas con la aventura populista de Chávez siguen marcando la política exterior del país andino. La expulsión de la embajadora norteamericana Heather Hodges ha vuelto a tensar las relaciones entre ambos países. Cables de Wikileaks revelan que la diplomática informó a su gobierno sobre la corrupción existente en la cúpula policial y que el presidente Correa lo sabía. No es una opinión aislada después de cuatro años de “revolución ciudadana”. En diciembre del 2009, un cable de la Embajada norteamericana en Brasil recoge una afirmación del consejero presidencial para Asuntos Exteriores del gobierno de Lula da Silva, que califica al sistema político del Ecuador como “podrido”.

En lo interno, continuando con la política de coartar la libertad de expresión, Correa ha planteado acciones civiles y penales contra periodistas y directivos de Diario EL UNIVERSO.

El acontecer internacional parece recordarnos que no terminamos de salir de un estado de naturaleza hobbesiano y que aún estamos lejos de lograr una verdadera sociedad mundial que encuentre soluciones pacíficas a los conflictos y garantice el respeto a los derechos humanos.