ARGENTINA |
Más allá de las diversas interpretaciones que se formulen, lo que aparece evidente es que los resultados de las elecciones legislativas en Venezuela, también fueron una especie de referéndum a la gestión del gobierno del presidente Chávez.
Tales resultados, sospechosamente demorados en darse a conocer, reflejan claramente un desgaste del llamado socialismo del siglo XXI, que tiene al país caribeño como modelo y al coronel como líder en la región.
El retroceso del gobierno y el avance de la oposición en cuanto a votos era previsible por el cúmulo de factores internos y externos que incidieron en la decisión de los electores. La crisis económica que acentúa la pobreza y que no se soluciona a punta de asistencialismo y favoreciendo a dueños de capital amigos del gobierno, la espiral de violencia y corrupción que atenaza a la sociedad y la política de permanente confrontación y concentración de poder ha llevado a la pérdida de uno de los bienes más preciados del nuevo populismo latinoamericano: la hegemonía del poder.
Factores de orden internacional indudablemente incidieron en la configuración de la nueva correlación de fuerzas de la política venezolana. El vecino país de Colombia no solo había actuado como dique de contención a los afanes expansionista con ropaje bolivariano de Chávez, sino que el triunfo abrumador de la derecha en las urnas le confirió al nuevo gobierno de Juan Manuel Santos una legitimidad de origen que es uno de los principios de la democracia que no se puede desconocer; lo cual, pese a la presencia norteamericana en bases militares, remozó y consolidó políticamente al gobierno en la región, obligando a Chávez a asumir un tono conciliador. Los sucesivos y contundentes golpes a las FARC, que tenían en la frontera venezolana un refugio seguro, configuran un cuadro de situación que apunta al desgaste y debilitamiento del proyecto chavista, pues entraña fracasos y derrotas en su política exterior.
Ante esta crisis de hegemonía, que desdibuja las posibilidades de una nueva reelección del mandatario venezolano, la exhortación al diálogo entre el gobierno y la oposición que ha hecho el gobierno socialista español tiene escasas posibilidades de cumplimiento. En clave populista el líder lo tiene todo o nada. No hay lugar para la efectiva división de poderes y el respecto a la institucionalidad republicana. En estas condiciones el diálogo no es más que un ardid en la estrategia para demoler al enemigo.
Los acontecimientos políticos en Venezuela no tuvieran la repercusión que tienen en la geopolítica del continente si el modelo o proyecto no se intentara aplicar con fidelidad en países como Ecuador y tuviera tanta similitud con el de Argentina.
El ex presidente Néstor Kirchner ha dicho que la elección hará reflexionar al líder venezolano. Bien haría en pedirle a su consorte, la presidenta Cristina Fernández, que haga tal ejercicio de pensamiento ahora que han multiplicado sus frentes internos de batalla, al atacar a medios de comunicación no sumisos al gobierno e irrespetar la independencia del poder judicial. Hay elecciones presidenciales en Argentina el próximo año y el mismo ex presidente ha reconocido sus pretensiones de volver al poder pese al desgaste político del peronismo Kirchnerista, que comenzó con la protesta del campo argentino por el asunto de las retenciones.
En Ecuador es probable que la oposición al gobierno de Rafael Correa, desarticulada y huérfana de propuestas alternativas, encuentre en el avance de la oposición venezolana un motivo de meditación y autocrítica.
El gobierno, por su parte, pase lo que pase, no parece dispuesto a ceder en sus empeños de concentrar poder, manteniendo una mayoría incondicional en la Asamblea Nacional, que le ha cedido su obligación de legislar y ha renunciado a su derecho a fiscalizar.
La reciente sublevación de elementos de la policía nacional es una peligrosa señal del desgaste del régimen que ha ido cerrando espacios de diálogo y la posibilidad de alcanzar consensos.
Lo que tiene visos de crecer en el país andino es la dinámica del proceso de recolección de firmas para la revocatoria del mandato a Correa o la aplicación del mecanismo constitucional que permite disolver la Asamblea Nacional mediante decreto del presidente y luego convocarse a elecciones legislativas y presidenciales. Así como Chávez ha retado a quienes afirman haberle ganado las elecciones a una nueva lid electoral en que se defina de una vez por todas si continúa como dueño del país, no es de extrañar que en Ecuador se aliente una confrontación similar. Es parte de la dialéctica populista.
En la agenda política de América Latina consta otra elección presidencial. El pueblo brasileño deberá escoger al sucesor del líder de izquierda Luiz Inácio Lula da Silva. Los resultados, independientemente de quien triunfe, garantizan la vigencia y los logros alcanzados en democracia y pondrá a prueba al nuevo gobierno en el desafío permanente de vencer la pobreza y la desigualdad.