Parecería que es imposible contar lo que hay en una gran ciudad. La inmensidad del trazado urbano puede paralizar a quien quiera dar una nueva visión de lo que sucede en las calles. Pero María Fernanda Mejía, con su libro Albergue: crónica de una ciudad invisible (Quito, Animal sin Plumas, 2023), lo ha logrado porque configura una mirada sobre la capital del país, asentada en el centro histórico, y que, a modo de un zoom fotográfico, da elementos para comprender la soledad, los miedos, los dolores, las miserias y las esperanzas de la gente que hace su vida alrededor de un albergue que recoge a las personas sin techo.

El volumen está perfectamente acompañado por las fotografías de Carlos Noriega, y, dado que se trata de una crónica, además documentan lo narrado para acercar al lector a una realidad que conocemos pero de la cual casi todos nos desentendemos. Esta es una de las varias virtudes de la escritora: llamar la atención sobre aquello que creemos reconocer pero que, en verdad, contiene un mundo más ignoto y más complejo. De este modo, Mejía y Noriega se adentran en la cotidianidad de los albergues, sus regulaciones y su sordidez, con el fin de mostrarnos otro modo en que nuestra humanidad (o antihumanidad) sobrevive día a día.

David, nuestro Orfeo

La crónica sigue a varios personajes: el supuesto abogado que, infaltablemente, espera a la salida de la Asamblea Nacional para ser reconocido oficialmente como el Rey del Universo y de la Paz Mundial; el escritor que recoge historias y leyendas de la zona de Íntag y que lleva consigo unos relatos manuscritos que espera que sean publicados por el Ministerio de Cultura; la historia de la mujer que tiene tratos carnales especialmente con policías y que su principal meta es proteger y educar a su pequeño niño; el hombre nacido en el Perú que dice saber demasiado por haber sido corresponsal de guerra y que tiene una historia explosiva.

Los autores del libro, a lo largo de varios años, buscaron acercarse y comprender a estos seres que pululan en las ciudades, en todas partes, cada uno de ellos con una historia de abandono, abuso, incomprensión, desprecio… Aunque estos tampoco son inocentes de lo que les está pasando, y de sus delirios –lo que narrativamente Mejía resuelve muy bien, tomando también cierta distancia de lo que le cuentan–, los lectores nos asomamos a una realidad que lacera el pacto de ciudadanía que supuestamente nos iguala en derechos. Mejía y Noriega resaltan el lado doliente de la ciudad con esta crónica literaria y fotográfica.

De huellas y archivos literarios

Las crónicas dejan escuchar las voces de los personajes. Y llevan un epígrafe de Ítalo Calvino sobre las ciudades invisibles (¿inventadas, pero que existen en algún rincón del mundo?). Estas ciudades invisibles, que Mejía y Noriega también han hallado, dice Calvino que “son un sueño que nace del corazón de las ciudades invivibles”. De invisibles a invivibles: así mismo es la existencia de estas personas que habitan la calle. “Hay un pacto de discreción que no se viola. Todos prefieren no saber ni preguntar”, dice Mejía sobre los albergues. Pero ella y Noriega se atrevieron a ir más allá para darnos esta estupenda crónica literaria. (O)