Si en la vida diaria abordamos con tanta frecuencia y pasión –incluso desdén– los temas políticos es porque nos damos cuenta de que la política importa, de que, al fin y al cabo, aunque nos disguste, esta tiene un efecto directo en el quehacer cotidiano de la gente. Pero un grupo de políticos ha hecho del servicio público un mecanismo que solo busca, en todos los recursos del Estado habidos y por haber, un provecho personal o para sus corporaciones. Así actúa buena parte de los asambleístas que gravita entre nosotros, políticos que han colocado en último plano la realización del bien común y el avance de la sociedad.

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Hay políticos de toda laya, sin duda. Hay quienes han tratado de actuar con ética y responsabilidad; hay quienes han logrado construir una moral alrededor de sus posturas; hay quienes han ejecutado acciones en beneficio de las mayorías; pero también hay aquellos que burlaron la confianza de la ciudadanía en provecho de intereses propios o de partido, incluso quebrantando la ley. El reciente caso del alcalde de Quito es ejemplar por varios motivos, pues se trata de un político que viola la ley y que, a pesar de las clarísimas evidencias de ello, no recibe la sanción que se merece, sino una bobería tibia que anima a seguir incumpliendo la ley.

Qué más se puede esperar de políticos iletrados e ignorantes que no conocen el hábito de la lectura...

Otro aspecto que llama la atención en este gravísimo suceso que debía terminar en la destitución del cargo, es la sorna con que el alcalde capitalino ha afrontado la sanción, llegando a mostrarse como una persona ciega y sorda e incapaz de reconocer la grave infracción que cometió, tratando de darle vuelta a toda lógica y sentido común y ofrendándose como una víctima del sistema al sostener que no ha violado la ley, cuando todo el país lo vio repetidas veces haciendo campaña frontal a favor de la candidata correísta en las últimas elecciones presidenciales. Que el alcalde niegue su infracción es de un cinismo aterrador.

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Estas prácticas al margen de la ley hacen que ciertos políticos sean peligrosos, ellos sí, para la democracia, pues están dispuestos a negar la realidad de los hechos y a inventarse ficciones que contrarían lo sucedido. Esto es pavoroso, además, porque estos políticos se sienten siempre elegibles, van a ser candidatos a presidente de la República y a otros cargos importantes de elección popular, y no tienen vergüenza propia para reconocer sus equivocaciones. Hay algo patológico en todos y en cada uno de esos políticos que siguen negando la realidad, lo que de suyo hace que sus actuaciones sean perversas.

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Qué más se puede esperar de políticos iletrados e ignorantes que no conocen el hábito de la lectura, que solo se pasan esperando las órdenes de los jefes en las pantallas del teléfono (como muchos políticos asambleístas), incapaces de elaborar ideas propias, lo que los hace inútiles a la hora de pensar en lo que hay de común en la ciudadanía y en lo que se puede compartir entre los diferentes partidos, lo que demuestra que no les interesa el país sino solo su pequeño entorno que, en repetidos casos, es un medio infestado de corrupción, mentiras, trampas y violaciones a la ley. Por eso hay políticos que son un peligro para el país. (O)