No creo que deba dejar de comentar el último artículo publicado por Ignacio Medina en la revista Siete Caníbales, periodista y crítico gastronómico que ha trabajado sobre todo en España y Perú. Es su artículo último último; primero, porque lo acaba de publicar, titulado “Adiós, amigos, gracias por la cocina”, y porque en él anuncia que dejará de escribir, no habrá más de Medina en las páginas, luego de 43 años de trabajos y colaboraciones recurrentes.

En este “Adiós...”, Medina menciona una de las tantas consecuencias de los cambios del mercado que han hecho que el periodismo gastronómico serio y profundo no sea rentable. Al leerlo, recordé las conclusiones del ensayo de Mario Vargas Llosa, La civilización del espectáculo. El premio nobel expone la actual banalización de las artes, el triunfalismo del periodismo amarillista y la frivolidad de la demanda, menos interesada en el fondo que en la forma, como el mayor mal que aqueja a la sociedad moderna.

“En el pasado, la cultura fue una especie de conciencia que impedía dar la espalda a la realidad. Ahora actúa como meca de distracción y entretenimiento. Aunque algunos firmen manifiestos o participen en polémicas, lo cierto es que su repercusión en la sociedad es mínima”.

Si nos retrotraemos a finales del milenio pasado, veremos que siempre hubo personalidades que sin saber lo que hacían, eran usadas para promocionar marcas y productos. Sin embargo, antaño su espacio estaba confinado a promocionar detergentes, papeles higiénicos o champús.

Hoy, como implican las letras de Medina, “la experiencia, el estudio, conocimiento y credibilidad importan cada vez menos frente a cualquier influencer iluminado proclamando la excelencia en cada bocado”.

El resultado, ¡la vacuidad! Paradójico, ya que parecería que en estos tiempos la cocina vive su mejor momento en el mundo.

Hago mías las palabras del mencionado periodista expresando que quizá se deba a la confusión de fama con calidad. Vivimos la dictadura de las listas y los rankings. Recuerdo en Santiago de Chile comer en un restaurante de los más ponderados en una famosa lista, y pidiendo un plato de pangora, al no encontrarla entre los ridículos ornamentos que lo llenaban, me di cuenta de que la proteína de mi plato principal estaba debajo de una alcaparra. Dios, no merecía estar ni entre los cien primeros.

También vivimos las dictaduras de los famosos sin mérito alguno o logros, que opinan y son más seguidos que quien tiene cuatro décadas partiéndose la mandíbula. Recordando a Umberto Eco: “Las redes sociales les dan el derecho a hablar a legiones de idiotas que antes hablaban solo en el bar después de un vaso de vino, sin dañar a la comunidad. Entonces, los callaban rápidamente”.

En fin, ese es el mercado. (O)