En cierto restaurante de comida ecuatoriana hace apenas una semana vi como el cuchareo era llevado a su máxima expresión. ¿A qué me refiero con esto del cuchareo? Lo ilustro con el ejemplo vivido.
Al llegarle a mi vecino de mesa su plato de arroz con menestra, carne asada y patacones, procede a pedir al mesero una cuchara, la cual no estaba entre los utensilios desplegados sobre el mantel, puesto que el susodicho cliente no había ordenado sopa.
Su orden le había llegado en dos platos distintos: la sábana de carne estaba en uno, y el resto, es decir el arroz con menestra y los patacones, en otro. Inmediatamente, con su cuchara recién ordenada, cual azadón, el vecino comensal arremetió contra el plato de arroz con menestra, para el cual ya había añadido una extra guarnición de puré, una aberración a la que solo le hubiera faltado que también añada tallarines para así crear un nuevo plato de la cocina popular, “trilogía de carbohidratos”.
La arremetida en cuestión consistía en primero batuquear el arroz para superponerlo en el puré, y luego, con un experimentado juego de muñeca perfeccionado tras largos años de entrenamiento, revolverlo, menearlo y batirlo hasta que los componentes de la masa, ahora totalmente uniforme, sean imposibles de diferenciar. A esto se le puede denominar un mazacote.
Posteriormente procedió a coger un patacón, mojarlo en la masa de puré-arroz, y engullir todo de un bocado. Estuve seguro de que se iba a ahogar con aquel bolo alimenticio, y por lo tanto estuve presto en todo momento para practicarle la maniobra de Heimlich, que es el procedimiento de primeros auxilios que elimina la obstrucción de las vías respiratorias superiores causadas por un alimento y evita así la asfixia. Pero no, al parecer subestimé a este experimentado comensal, ya que su naranjada estaba sobre la mesa y, con un generoso trago, evitó el percance.
Así, en pocos minutos, vi todo lo que no debe verse en una mesa. Para poder disfrutar de una comida plenamente tenemos que recordar modales y buenas maneras. Por nosotros, y por la buena convivencia con nuestros vecinos.
Pese a que el tenedor es el último de los instrumentos que se introdujeron a la mesa, está presente y se popularizó ―no lo suficiente, evidentemente― gracias a Catalina de Medici hace 500 años. Es importante usarlo.
Además, tenemos que crear un balance en la comida, sino por temas nutricionales, por el gusto y estética, como, por ejemplo, no consumir a la vez varios carbohidratos, ni hacerlos una sola masa. De aquí surge, probablemente, esa terrible costumbre popular llamada bandera.
Un último consejo, por favor, no coma con jugo. La invasión de azúcar que se producirá en su paladar aniquilará el sabor de todo lo que coma. Igual que la cola. Procúrese un vino, cerveza o agua. Imposible que la gastronomía de un pueblo se torne importante si los modales en la mesa no se elevan. (O)