ARGENTINA

Los dos últimos relevos presidenciales acaecidos en países del Cono Sur del continente, constituyeron acontecimientos que subrayaron líneas y modos de hacer política, muy significativos en el contexto regional.

A Michelle Bachelet los chilenos la despidieron al grito de “te queremos otra vez”. El sismo y el tsunami no lograron destruir su alto nivel de popularidad que se mantuvo hasta el final por encima del 80%. Lo mismo sucedió con el uruguayo Tabaré Vásquez, quien culminó el gobierno con un 60% de respaldo ciudadano gracias a una exitosa política económica y social que permitió reducir la pobreza en el país.

En esta línea de respeto a la democracia en sus pilares fundamentales, como son el derecho del pueblo soberano a elegir a sus representantes y el principio de la alternancia en el ejercicio del poder, se ubica el presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva. Con una histórica popularidad reconocida por todos, no ha buscado ser otra vez reelecto para un nuevo mandato, el cual ganaría en las urnas con facilidad.

Mirando hacia el centro del continente, en Costa Rica el presidente Óscar Arias, si bien a tenido altibajos en su gestión, concluye el mandato también con un apreciable porcentaje de popularidad. Factor que fue importante para el triunfo de su vicepresidenta por un bienio y correligionaria, la presidenta electa Laura Chinchilla, militante del partido Liberación Nacional, formación doctrinariamente social demócrata aunque en la práctica de centro derecha. En todo caso, el respeto a la institucionalidad, consustancial a un estado de derecho, es un aspecto que resalta en la vida política de este país, el más desarrollado y estable de Centro América.

En el otro extremo del arco ideológico político latinoamericano, está el populismo del siglo XXI, representado por el gobierno de Hugo Chávez en Venezuela. Luego de una década de ejercicio del poder caracterizado por una ambiciosa diplomacia respaldada en el petróleo y en lo interno, por un estatismo vaciado de institucionalidad y suplantada por la voluntad del caudillo, no existe espacio para la alternancia sino para la reelección indefinida, amordazando al pueblo ahora en vías de militarización.

En Nicaragua el presidente Daniel Ortega sigue los pasos del coronel, sin que la Constitución política sea un obstáculo cuando la justicia está politizada y a las órdenes del Ejecutivo.

En Ecuador, con una retórica a ratos antiestadounidense y aparentemente nacionalista, muy propias del populismo latinoamericano, el presidente Rafael Correa ya encuentra dificultades para proyectar su gobierno más allá del 2013, por el desencanto de varios sectores ante las promesas incumplidas, las fricciones al interior de los aliados al régimen por notorios casos de abuso de poder y la ruptura con el movimiento indígena que finalmente se ha desligado del llamado proceso.

Las cosas tampoco pintan bien para el “modelo K”, en referencia al matrimonio Kirchner que gobierna en Argentina. Aunque el líder del peronista partido justicialista aspira nuevamente a ser presidente y que la alternación con su consorte se mantenga hasta el 2020, la secuencia de errores gubernamentales hacen poco viable tales proyectos.

Aunque en otra banda del espectro político latinoamericano, el derechista presidente de Colombia, Álvaro Uribe, tampoco se salva del síndrome reeleccionista. En plena sintonía con la frecuencia más conservadora norteamericana y con el argumento de preservar la denominada seguridad democrática en su país, intentó una segunda reelección. Al final, la decisión de la Corte Constitucional de Colombia echó por tierra tales pretensiones basadas en la alta popularidad del némesis de Chávez.

A los sempiternos conflictos y desconfianza por los intereses y la política exterior de Estados Unidos, respecto a América Latina, hay que añadir estos modelos de democracia que no son espejismos de coincidencias y diferencias, sino que marcan caminos alternativos y que hacen visible día a día la asimetría entre las sociedades de la región, en cuanto a madurez política.

La integración latinoamericana no es posible que avance mientras se mantenga esta tensión entre democracias consolidadas en que se eligen presidentes que encarnan y gobiernan con políticas de Estado y democracias puramente formales, vaciadas de contenido por un populismo que busca antes que nada y tiene como razón de Estado, perennizarse en el poder.