ARGENTINA

En la República Oriental  del Uruguay triunfó nuevamente la democracia en las pasadas elecciones.

Concluida la lid electoral, José Pepe Mujica, el ex líder guerrillero tupamaro  candidato  del izquierdista Frente Amplio, se fue a su chacra a trabajar como de costumbre y Luis Alberto Lacalle, el ex presidente de antecedentes  neoliberales, igualmente tendrá que esperar hasta el próximo 29 de noviembre, fecha para la segunda vuelta o balotaje en que se definirá al sucesor del presidente Tabaré  Vásquez.

Uruguay es un país con sus propias luces y sombras. Allí también se libra un combate contra la pobreza, los monopolios y la delincuencia. Pero más allá de los intereses contrapuestos existe un proyecto de país y no tan solo  estrategias de poder. Se ha aprendido a gobernar en función de políticas de Estado como compromiso común y no a base  de la improvisación.

Educación, energía, medio ambiente y seguridad son algunos de los grandes objetivos nacionales que trascienden el color del partido gobernante.
Esto ha sido posible en la República Oriental del Uruguay por la calidad y fortaleza de sus instituciones, la consistencia de sus formaciones políticas y sobre todo por la madurez y  cultura política de su pueblo.

Junto con Brasil y Chile, este pequeño país del Mercosur hace la diferencia respecto del resto de países sudamericanos en lo que a convivencia democrática se refiere. No es una aparente democracia que se reduce a la cacería de votos por parte de demagogos que luego gobiernan con prácticas populistas y clientelares, depredando ideologías y las esperanzas de muchos.

Independientemente de que triunfen Mujica o Lacalle, Uruguay tiene asegurada una ruta hacia el desarrollo. Como en el tango, en el que hacen falta dos para bailarlo, gobierno y oposición se necesitan. El candidato frenteamplista ya lo expresó con claridad: “Sin acuerdos políticos nacionales e  interpartidarios, no hay ningún impulso de transformación estructural que pueda mantenerse por décadas”.

A la luz de estos hechos y en tiempos en que coexisten en la región anacrónicas estructuras políticas, paródicas revoluciones y hasta patrioterismos belicosos, resulta que sí es posible y viable una política de principios aplicada para el bien común y no solo el imperio de un  realismo o pragmatismo político, con el cual casi siempre se termina vulnerando derechos fundamentales, manteniendo el atraso y propiciando más  corrupción.

En las antípodas de la democracia uruguaya se encuentra la de Honduras que, vapuleada por sus mismos dirigentes, apenas aspira a una recuperación puramente formal, con elecciones  también el  29 de noviembre.

El pequeño país centroamericano, agobiado con índices de pobreza que superan el 50% y de analfabetismo que bordean el 20%, está dominado por caudillos como Manuel Zelaya y Roberto Micheletti, pertenecientes ambos al tradicional partido liberal. Quien se perfila como ganador de las elecciones es otro Pepe, el conservador Porfirio Lobo, jefe del partido nacional, vinculado también a poderosos sectores económicos.

Con la salida de escena del presidente Hugo Chávez y el fracaso de sus pretensiones intervencionistas, el grave conflicto hondureño quedó en manos de la OEA y de los estadounidenses para su solución, que no era otra, según la opinión mayoritaria, que la restitución de Zelaya como presidente.

El denominado Acuerdo Tegucigalpa-San José diálogo de Guaymura, suscrito con la presencia de la administración Obama, no ha logrado bajar el telón al drama hondureño. Organismos internacionales, estados influyentes e importantes instrumentos de mediación como la Carta Democrática Interamericana no han podido recomponer la maltrecha democracia en Honduras.

Ni las amenazas dieron resultados ni los acuerdos meramente circunstanciales  han sido suficientes. Lo que hace falta  es institucionalidad, un régimen de partidos que responda a las necesidades nacionales y no a los intereses de grupos o ambiciones personales y siempre más educación, así como permanente participación ciudadana.

Lamentablemente hoy el camino del pueblo de Honduras es  de pobreza e incertidumbre. Llama a la solidaridad y constituye un ejemplo de la ruta por la que no hay que transitar.

A propósito de los debates sobre reformas constitucionales, medios de comunicación, leyes de sufragio y educación, tan de actualidad en varios países de América Latina, deberían ser incorporados como ejes temáticos los desafíos y logros de la democracia, alcanzados a base de consensos por parte de algunos países del sur del continente.