BUENOS AIRES |

La Cumbre del grupo de países que conforman el denominado G-20, efectuada a principios de este mes, desde mucho antes de su realización se convirtió en una suerte de única esperanza para superar la crisis  económico-financiera que golpea prácticamente a todo el mundo.

La urgencia de sentar las bases que le pusieran piso a la crisis también tenía relación con el creciente temor que se fue transformando en ira en muchas partes, al calor de ver reducidos a cenizas los sueños de vivienda propia, empleo y bienestar. Familias norteamericanas habitando en carpas y la lacerante realidad de cada vez más migrantes buscando restos de comida de los restaurantes en España, dan cuenta de quienes son siempre los más afectados. Los obreros franceses y griegos protagonizaron sendas huelgas y la Cumbre en Londres y las de la OTAN en Francia y Alemania estuvieron acompañadas de violentas manifestaciones.

Los acuerdos alcanzados dan mucha tela que cortar especialmente en lo que atañe al rediseño de instituciones crediticias creadas a raíz de los acuerdos de Bretton Woods, como el cuestionado FMI que ahora ha cuadruplicado su capacidad financiera; pero algunas cosas quedaron finiquitadas, cuando nada menos que el primer ministro británico Gordon Brown anunció que “El consenso de Washington se acabó”, lo que equivale a una declaración oficial de la muerte del neoliberalismo, modelo económico depredador que prevaleció en la economía mundial por más de dos décadas.

El mismo presidente estadounidense Barack Obama se encargó de aclarar que los resultados del encuentro no eran una solución en sí misma y que se seguirían buscando consensos para lograr diseñar un plan de reactivación mundial de la economía. No hay dudas de que resulta muy complejo tratar de armonizar los intereses de las potencias, las necesidades de los países emergentes y las urgencias de los más pobres.

La Cumbre de la OTAN en la frontera franco-alemana, la de USA-Unión Europea en la República Checa y la visita a Turquía no son eslabones sueltos en el periplo del presidente norteamericano. Hay que tener en cuenta que la crisis no solo es económica sino multidimensional, incluyendo lo ambiental, la política, la ética y hasta la religión. Antes de retornar, el presidente Obama estuvo en Iraq, donde en un gesto a la comunidad musulmana declaró que su país no estaba en contra del Islam y que jamás lo estaría.

Para el presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, la Cumbre del G-20 significó que por primera vez los países ricos y los emergentes estuvieron en igualdad de condiciones. Esto constituye un avance pues contribuye de alguna manera a la configuración de un mundo menos asimétrico, más incluyente y multipolar.

Es de esperar que la próxima Cumbre de las Américas a realizarse en Trinidad y Tobago, que se articula a las aquí comentadas, permita redefinir las relaciones entre América Latina y Los Estados Unidos de Norteamérica en términos de respeto, equidad y confianza. Para lograrlo es fundamental la unidad latinoamericana, considerando democráticamente las diferentes visiones pero sin apoyar actitudes y políticas demagógicas de las que está infectada la región y configuran los populismos del siglo XXI.