El nueve de mayo se conmemoró un aniversario más de la creación de la Unión Europea. A los sesenta años de la Declaración Schuman, parece hallarse en una encrucijada donde se encuentran por un lado su formidable e inédita construcción económica, jurídica y política y por otro, una grave crisis que amenaza su estabilidad.
La Unión Europea indudablemente es el paradigma de la integración en Occidente. Constituye un proceso que representa antes que nada la voluntad política de los seis estados fundadores y de los que luego se han ido sumando, de delegar soberanía con el fin de asegurarse recursos energéticos y alcanzar seguridad alimentaria. De lograr un “Estado de bienestar”, como tercera vía alternativa al “sueño americano” y al “socialismo real”, que se desmoronó con la desintegración de la Unión Soviética y la caída del muro de Berlín.
Si bien el proceso de integración se ha desarrollado en el marco de una economía capitalista, con un mercado regulado y en el que no solo se garantizaban las libertades individuales sino que se reconocían con mayor o menor amplitud los derechos económico-sociales, que protegen a los trabajadores y grupos más vulnerables; la gran crisis financiera que estalló en el 2008, puso en evidencia que los líderes de la Unión habían franqueado las puertas al capital financiero especulativo y permitido, por parte de algunos estados miembros, la implementación de políticas fiscales que han llevado a un endeudamiento y déficit público irresponsable, como es el caso del país heleno.
Una cosa es la prudencia en el gasto público, como sucede en Alemania, sin dejar de apoyar por ejemplo la salud y educación, y otra es hipotecar los derechos de la mayoría de los ciudadanos y los logros alcanzados en cuanto a desarrollo sostenible, para favorecer a la banca multinacional, fondos especulativos y paraísos fiscales. La justa protesta de trabajadores, jubilados y desocupados no se ha hecho esperar.
La Unión Europea ha dado lecciones al mundo de lo que se puede lograr y ahora de lo que nunca se debió permitir. La gravedad de la crisis es tal, que personajes como Paul Volcker, ex presidente de la reserva federal de Estados Unidos, han pronosticado el fracaso del euro, ante lo cual la canciller de Alemania, Ángela Merckel, reconoció que la moneda y la eurozona están en peligro y que el fracaso sería de toda la Europa comunitaria.
En materia de integración regional América Latina no está tampoco en su mejor momento. Existen alrededor de una decena de organizaciones que lejos de ofrecer un avance consistente y sostenido, muestran síntomas de estancamiento por las asimetrías en la región en cuanto a desarrollo, la supervivencia de nacionalismos anacrónicos, caudillismos que corroen las instituciones democráticas y desconfianza entre gobernantes. El caso más evidente es el de la Comunidad Andina que tiene más de cuarenta años, un parlamento y una frondosa legislación pero escasa voluntad política de integración. Hace algunos años Venezuela se desligó, Bolivia tiene un pie afuera y otro adentro y las relaciones diplomáticas entre Colombia y Ecuador están rotas por el ataque en Angostura.
La sexta Cumbre de la Unión Europea-América Latina y el Caribe, realizada en Madrid, puso sobre la mesa el juego de intereses predominantes en las dos regiones. Algunos fueron a jugar con dos barajas. La presidenta de Argentina, Cristina Fernández de Kirchner, a la sazón presidenta pro-témpore del Mercosur, aprovechando la reciente elección de su cónyuge como Secretario General de la Unión de Naciones Suramericanas, no perdió espacio ni momento para lograr protagonismo, con discursos contra el proteccionismo cuando su gobierno había recibido justo en esos días, la protesta de Brasil y de parlamentarios europeos por impedimentos a la importación de alimentos.
Por su parte el presidente venezolano Hugo Chávez y líder de la ALBA, hizo mutis por el foro. Decidió mejor no ir al país donde el rey alguna vez lo mandó a callar y evitar preguntas embarazosas sobre los vínculos de las FARC y ETA, con apoyo de su gobierno. Las relaciones con Irán no eran especial carta de presentación cuando el presidente de Brasil, Lula da Silva, gestionaba con éxito un acuerdo con el país persa. Además la Unión Europea también ha sido el blanco de su discurso antiimperialista.
El mandatario de Ecuador, Rafael Correa, presidente pro témpore de Unasur, no tuvo oportunidad de ejercer la representación por el protagonismo de los Kirchner, su política internacional pautada desde Caracas y la falta de propuestas serias en el plano de las relaciones multilaterales.
El acuerdo de asociación birregional Unión Europea-Centroamérica, el tripartito Unión Europea- Colombia y Perú, el relanzamiento de negociaciones con el Mercosur, así como el aprovechamiento de los mecanismos de inversiones para América Latina, constituyen nuevos desafíos de cara al futuro para los bloques y naciones.