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La última gran crisis del capitalismo, que estalló en el 2008, no ha significado el fin del sistema como pronosticaron algunos, pero sí ha agudizado los problemas internos tanto de las economías centrales como de las periféricas y ha crispado más aún las relaciones internacionales.

La Unión Europea enfrenta una grave crisis en su economía y finanzas. El crecimiento al culminar el 2009 fue de apenas el 0,1% y hay alrededor de 20 millones de europeos sin trabajo. Se buscan salidas a la bancarrota en Grecia, mientras que otros países como Italia caen en la sospecha de haber retocado las finanzas para cumplir sus compromisos en la eurozona. Los inmigrantes son los que sufren las peores consecuencias pues además de perder sus trabajos son perseguidos y expulsados en lo que presagia convertirse en verdaderas razias.

Los norteamericanos, por su parte, intentan una recuperación de la economía sin sustanciales mejores resultados que sus socios europeos. Pero las peores pesadillas están en las dos guerras que libran contra el denominado extremismo islámico y la amenaza nuclear de Irán. En política exterior hacia allá apuntan los desvelos y sin perder de vista a Rusia y China, la cual busca hegemonía.

En este contexto, América Latina no es motivo de preocupación primordial para la administración del presidente Barack Obama.

Lejos han quedado las declaraciones de la V Cumbre de las Américas realizada en Trinidad y Tobago. Más aún cuando el mapa político de la región está cambiando. En cierta forma se ha cumplido el pronóstico que hizo Fidel Castro, en las reflexiones de noviembre del 2009, cuando afirmó que a su criterio, antes de que concluya el mandato de Obama, habría seis u ocho gobiernos de derecha en América Latina.

Las causas de los cambios de signo político en los gobiernos de algunos países de la región, como es el caso de Panamá, Honduras y Chile, no son atribuibles únicamente a la crisis económica, ni al hacer o no hacer de los norteamericanos, de la burguesía y las oligarquías locales o los llamados “poderes fácticos”, sino al desastroso ejemplo del manejo de la misma por parte de gobiernos que desde sus inicios, demagógicamente se autoproclamaron izquierdistas, como es el caso de Venezuela y Ecuador.

La izquierda latinoamericana del siglo XXI, para llegar a gobernar en El Salvador, y seguir gobernando como en Uruguay, dejaron en algún momento muy en claro que las afinidades ideológicas no eran con el populismo irresponsable de Hugo Chávez y sus adláteres sino con la línea de gobierno de Luiz Inácio Lula da Silva.

El mismo Partido de los Trabajadores de Brasil, la mayor formación política de izquierda en el continente, acaba de ratificar en el último congreso, que la candidata a la presidencia Dilma Rousseff seguirá impulsando la política de su predecesor. Por otra parte, el presidente electo de Chile, Sebastián Piñera, conspicuo representante de la derecha de ese país, está buscando un acercamiento con Brasil, para junto con México potenciar un nuevo eje de relaciones entre los tres más grandes en cuanto a desarrollo en Latinoamérica.

En estas perspectivas, la policía exterior y el comercio de Estados Unidos de Norteamérica y la Unión Europea respecto a esta parte del mundo tiene nuevos referentes que no pasan por la ALBA ni Unasur, cuya presidencia pro témpore la ejerce Ecuador.

El necesario equilibrio y credibilidad en la dirección de Unasur se encuentra afectado por la congénita dependencia del Gobierno ecuatoriano con la línea de Chávez, la ruptura de relaciones con Colombia y por las recientes denuncias sobre narcotráfico e informes que ubican al Ecuador como país de alto riesgo para el sistema financiero internacional, por supuesto lavado de dinero.

La Cumbre de Río, realizada en Cancún, representa un nuevo intento de crear un organismo regional que reemplace a la OEA, con la exclusión de norteamericanos y canadienses. En medio de la crisis global, es de esperar que la diversidad de intereses y contrapuntos ideológicos no convierta al anunciado nuevo bloque en una moderna torre de Babel. Cabe destacar que brilló la solidaridad con el pueblo de Haití, lo cual opacó la presencia de la hipocresía, de infaltable participación en estos eventos.