Las reuniones políticas entre el Gobierno y la conformada bancada de Acuerdo Democrático por la Equidad, ADE, puso en evidencia nuevamente la presencia no solo del PRE como aliado natural del Gobierno sino la vigencia del populismo en la vida política del país.
Como lo han reconocido dirigentes roldosistas, dicha alianza data desde los inicios de la campaña electoral en el 2006, cuando la maquinaria electoral del PRE, sobre todo en la Costa, movilizó sus redes clientelares y alineó a su electorado cautivo con el candidato Correa.
Mirando retrospectivamente el accionar político gubernamental, resulta indudable que el roldosismo ha acompañado la gestión del Gobierno en estrategias publicitarias y en el ejercicio de la función pública, como la sombra sigue al cuerpo.
Fruto de tal sistema de alianzas han sido los descalabros electorales del partido Social Cristiano y de la tradicional partidocracia costeña, enemigos históricos del populismo roldosista en la lucha por el control político de la provincia del Guayas y sus instituciones.
Desde el siglo pasado, en América Latina el populismo renace una y otra vez, multifacético, inconsistente y con su vocación mesiánica, respondiendo más a razones estructurales que coyunturales. Y seguirá siendo así mientras en países como el nuestro las diferencias económicas y sociales se acentúen, lo cual no se resuelve con políticas asistencialistas ni se pueden ocultar con enlabios como aquellos de que “la patria ya es de todos”.
Gran parte de la región sigue siendo el edén del populismo. Existe un antiguo y profundo surco entre las reglas de la democracia, sus fines y el juego aparentemente democrático que se practica acompañado de falsas promesas. Las democracias restringidas, el desprestigio de los partidos políticos y el eclipse de las ideologías coadyuvan al ascenso de gobiernos demagógicos, autoritarios, conductores de estados donde no existe espacio para descentralización ni autonomías y donde en vez de ciudadanos hay clientes y beneficiarios.
En medio de los cambios y adaptaciones necesarias para su regeneración, el populismo mantiene su carácter “popular”, en que el pueblo aparece como una comunidad primigenia sin diferencias internas y cuyo enemigo principal son los oligarcas o “pelucones”, donde solo el caudillo sabe, de entre ellos, cuáles son los “buenos muchachos”.
Otra característica que permanece invariable es un fuerte nacionalismo en el que la soberanía en su aspecto territorial hace de la patria, tierra sagrada. No solo contra las reales o supuestas agresiones externas sino en la hermandad con gobiernos afines para construir una patria grande, ella sí sin divisiones artificiales y donde la cuestión bolivariana se torna paradigmática.
Se busca la integración regional pero con afanes hegemónicos desde la ALBA. El pretendido izquierdismo es solo un viejo ardid que han utilizado los populismos para capitalizar el descontento, ganar elecciones y después gobernar con los más rancios vicios de la derecha política.
En el caso ecuatoriano no existe contradicción alguna entre el libreto populista que se aplica por parte del gobierno en la política nacional con respecto al libreto que usa en política internacional.
Lo que no deberíamos olvidar es que el populismo al final, siempre nos ha dejado un legado de cenizas.