Los recientes acontecimientos políticos en la república de Honduras marcan un inédito capítulo en las relaciones internacionales del continente.

Los sucesos se precipitaron justo cuando los dirigentes de la ALBA anunciaban su crecimiento y consolidación con discursos triunfalistas y desfile militar incluido, como en los tiempos de la Guerra Fría.

Nada más inoportuno para la estrategia de hegemonía continental del coronel Hugo Chávez que la salida del presidente Manuel Zelaya del poder, quien se aprestaba, violando de forma flagrante la Constitución de su país, a realizar una consulta popular que le allanara el camino a la reelección inmediata, contando con el apoyo y experiencia en lides electorales y procesos constituyentes del presidente ecuatoriano, Rafael Correa, y disponiendo hasta de material electoral hecho en  Venezuela.

La reacción del coronel Chávez de amenazar militarmente al nuevo gobierno de Honduras ubicó  las relaciones internacionales nuevamente, como en el conflicto entre Ecuador y Colombia, bajo el paradigma del más crudo realismo:  la fuerza sobre el diálogo y el interés del poder político sobre los principios.

La administración norteamericana, con experiencia  en estos asuntos, se unió al coro de voces que reconocían como presidente legítimo de Honduras al agroempresario Zelaya, evitando que el coronel en su laberinto usara la justificación habitual para su intervencionismo: la presencia del imperialismo yanqui. Pero como la actuación de tan inveterado enemigo era imprescindible, lo trajo a escena el premio Nobel de la Paz, Adolfo Pérez, esta vez involucrando a  la CIA y el Pentágono, por lo que a renglón seguido el gobernante venezolano declaró a su homólogo Obama “prisionero del imperio” y reiteró que la disminuida ALBA era “la vía inexorable para hacer frente a la crisis estructural del capitalismo”.

Luego de concluir este primer acto con el frustrado retorno del depuesto mandatario al maltrecho país, los gobernantes que lo respaldan regresaron a sus respectivas capitales  mientras el susodicho  se quedó en Washington con la esperanza de que finalmente sean los norteamericanos los que arreglen su problema por la vía diplomática.

Independientemente del desenlace de los acontecimientos en Honduras, la ALBA ha perdido peso geopolítico en Centroamérica. El presidente salvadoreño, Mauricio Funes, se declaró en su momento simpatizante del modelo brasileño y el nuevo presidente de Panamá, un exitoso empresario, ha prometido mover el péndulo ideológico hacia la derecha.

Mirando hacia el sur del continente, el matrimonio Kirchner, aliado del presidente Chávez, está en aprietos desde su fallido enfrentamiento con los agricultores argentinos y  por los resultados de las elecciones recientes de medio término en las que perdió el control del Congreso. No está en condiciones de garantizar una continuidad en el gobierno más allá del 2011. Por su parte, el presidente paraguayo, Fernando Lugo, debe estar cavilando si ingresa definitivamente  a esta cofradía aunque corre el riesgo de ser congregado sin el consentimiento previo como ocurrió con Ecuador.

Desde la perspectiva de la ideología política de la ALBA, el denominado “socialismo del siglo XXI” se desviste en estos escenarios mostrando su verdadera naturaleza  populista, autoritaria e intervencionista. Una versión del socialismo muy sui géneris que en la práctica lo que ha permitido es hacer buenos negocios a la sombra del poder político.

Como consecuencia, más allá de los intereses de grupos de poder constituidos, los que resultan afectados en el plano de las relaciones internacionales son el Derecho Internacional y organismos como la OEA, tan estigmatizada y recurrida a la vez, pero sobre todo la democracia latinoamericana, que parece no encontrar todavía las condiciones y los espacios para su fortalecimiento y desarrollo.

Pronto la presidencia pro témpore de la Unasur la asumirá el Ecuador de manos de Chile. No se debe permitir subordinar a este importante organismo de integración regional a los designios de quienes desde su creación han tratado de utilizarla y usufructuar políticamente de ella.