BUENOS AIRES

El reciente encuentro entre los dos presidentes en Washington, permite hacer una aproximación no solo a la política exterior de la nueva Administración de los Estados Unidos de Norteamérica para el mundo y América Latina en particular, sino también a las perspectivas para la región y a las posiciones asumidas por algunos países que la conforman.

Después del desastre de la era de Bush, su sucesor tiene la ardua tarea de recomponer  sus relaciones a nivel global y tratar de revertir la situación de un imperio en bancarrota, conculcador de los derechos humanos, contaminador y un sinfín de acusaciones acumuladas desde el pasado.

En la búsqueda de eliminar desconfianzas, el presidente Barack Obama ha centrado su atención en hallar soluciones a la hecatombe económica que ha traído graves consecuencias como el desempleo en todas partes, insistiendo que no existen divergencias profundas con la Unión Europea y que China puede estar tranquila y confiar en los bonos del tesoro norteamericano. Ha dispuesto el retiro progresivo de las tropas en Iraq y el cierre de la oprobiosa cárcel de Guantánamo; ha solicitado el ingreso de su país como observador en el Consejo de Derechos Humanos de la ONU y tiene un enfoque distinto en el tema del cambio climático.

Son buenas señales, tanto así que el mismo Fidel Castro, en una entrevista concedida al politólogo argentino Atilio Borón, parece tener una cierta simpatía por el presidente Obama, aunque estima que la presidencia es una cosa y el imperio, otra.

En cuanto a las relaciones con América Latina, la reunión de los dos mandatarios dejó en claro que el referente regional lo constituye Brasil, representado por su presidente de izquierda Luiz Inácio Lula da Silva.

El posicionamiento de este país sudamericano y su gobierno, es el resultado de haber alcanzado un desarrollo económico que lo ubica entre los diez primeros del planeta, sin abandonar la lucha por erradicar la pobreza, sin sacrificar las libertades democráticas y la búsqueda de la justicia social.

Consecuentemente, el prestigio y la popularidad de su presidente no se basan en confrontaciones y declaraciones con tinte demagógico y efectos propagandísticos, sino en la acertada gestión del gobierno, incluso en tiempos de crisis, que la enfrenta con más inversión, más políticas sociales y más aliados políticos.

Brasil es el garante de la estabilidad política de la región. El presidente Lula habló también a nombre y con autorización del populista presidente de Venezuela, pidiendo al presidente Obama un acercamiento a este y con los gobiernos de Cuba y Bolivia, sobre la base de la confianza y no la injerencia.

Desde la perspectiva de la integración regional, el recién constituido Consejo de Defensa Sudamericano de la Unión de Naciones Sudamericanas, Unasur, impulsado por Brasil, es también un paso adelante en la seguridad regional. Con el funcionamiento del Consejo no solo se busca asegurar las fronteras nacionales y coordinar acciones de lucha contra el narcotráfico, sino además promover el desarrollo fronterizo.

Este liderazgo regional es reconocido incluso por el electo presidente de izquierda de la república de El Salvador, país que por su ubicación geográfica e historia reciente tiene influencia del ALBA, de inspiración chavista. Sin embargo, Mauricio Funes, en sus primeras declaraciones manifestó sin ambages sus simpatías con la tendencia política e ideológica que representa Luiz Inácio Lula da Silva. También son buenas señales.