Pocas veces experimenté aquella sensación de bienestar, la que me invadió apenas ingresé. Tres mujeres: Helena, Alison, Melissa, nos recibieron en este sitio que conserva un no sé qué de femenino encanto: la pulcritud, el orden, cada cosa en su sitio, una pizarra con el menú, una carta diminuta con lo esencial. No es un restaurante, pero la palabra cafetería tampoco cabe aquí. A través de una puerta de cristal, una impresionante vista al río Daule; muy muy cerca, al pie, una terraza para el día, una sala de pocas mesas con aire acondicionado para la noche.