No es necesario, tampoco indicado, que el dueño de un restaurante dedique un interminable tiempo a elogiar, ensalzar la calidad de los platos o del establecimiento, pues a los clientes y críticos les toca este papel. Epicuro paga sus cuentas, no acepta prebendas, se limita a mirar, oler, probar lo que hay en su plato. Además, en el preciso caso de Rioko, no es necesaria la autoalabanza, ya que encontré allí la misma calidad que había comentado en mi primera visita hace de eso unos cuatro años.