Se hablará mucho del innegable lujo que ofrece, pero más me impresionó el respeto con el que se diseñó aquel hotel, integrándolo con discreción al entorno de la naturaleza. De ninguna manera se pensó en una fachada llamativa con luces de neón como suele suceder en muchos establecimientos norteamericanos. Así como les gustaba a los romanos hace dos mil años, las habitaciones se abren hacia un patio interior donde crecen distintas plantas, maravillosas orquídeas. Una galería luminosa permite dar la vuelta al jardín. Las suites impresionan a la vez por su hermosura, su carácter absolutamente funcional. Una puerta sorpresiva da acceso a la iglesia, pequeña joya, el campanario se divisa desde el patio, se siente un ambiente de paz, de silencio, puede ser el hotel que idealizamos, donde se ha pensado en todo lo que podría desear un huésped. Pienso que resulta ser un motivo de orgullo para Ecuador. Se ingresa por una puerta transparente, sin ninguna ostentación, a un hall que ya nos habla de un establecimiento de gran clase.