Absortos ante tanta podredumbre política y judicial en nuestro país, quizás perdimos la perspectiva de una noticia que reafirma la impudicia y el desparpajo con el que los gobiernos del socialismo del siglo XXI dan rienda suelta a sus intenciones de poder absoluto y eterno. Resulta que, el pasado martes, el Consejo Electoral venezolano, muy orondo y triunfalista, anunció que las elecciones presidenciales de dicho país se celebrarán el próximo 28 de julio, ¡oh, que sorpresa!, el día que se conmemora el nacimiento de Hugo Chávez. Hacer coincidir la fecha de las elecciones presidenciales precisamente con el día en que se recuerda el nacimiento de Chávez es, por decir lo menos, una provocación oportunista que no alcanza a esconder la verdadera intención de Nicolás Maduro, es decir, vetar a toda costa y a cualquier costo la candidatura de su principal opositora: María Corina Machado.

El dogma de las mayorías

¿Qué razones tan poderosas impulsan al oficialismo venezolano a temer tanto a la candidata Machado? La respuesta es elemental: Maduro sabe que María Corina Machado ciertamente le ganaría las elecciones de conformidad con todas las proyecciones realizadas hasta el momento; si no estuviesen convencidos de aquello, no hubiesen manchado el proceso electoral, ordenando la descalificación de Machado con base en una supuesta falta que cometió con sus gastos en aquellos tiempos como congresista, cuando se dio a conocer como férrea opositora de Hugo Chávez. El año pasado, en un acto de fuerte convicción política, la oposición venezolana la eligió para convertirse en candidata presidencial habiendo acudido masivamente dos millones de venezolanos a depositar su voto de confianza en Machado. Analistas coincidieron en que fue una demostración de unidad y de fuerza que hace mucho tiempo no se daba en Venezuela.

¿En dónde estaremos?

Siendo totalmente claro que el chavismo no quiere enfrentarse, de ninguna manera, a Machado en las elecciones presidenciales, hizo lo previsible, lo natural en estos estilos de Gobiernos con tan poca vocación democrática, tornando las expectativas de un proceso electoral transparente en un turbio amarre de consignas y exclusiones. No tengamos la más mínima duda: la aparente democracia venezolana es un sueño de perros, una narrativa tendiente a crear el espejismo de que en Venezuela existe participación política, apertura y tolerancia para la oposición, cuando en realidad hay que recoger migajas de ellas. En ese contexto, resulta increíble que existan gobernantes como Lula Da Silva, supuesto adalid democrático, que no tardó hace pocos días en expresar que la candidata Machado debería dejar de llorar y en su lugar aceptar la decisión del Gobierno venezolano respecto de su inhabilitación.

A estas alturas, ¿qué más nos puede sorprender, cuando hace pocos meses el propio presidente brasilero trataba de suavizar cualquier crítica a la dictadura de Daniel Ortega en Nicaragua? El libreto del socialismo del siglo XXI ya no tiene reparos en evidenciar lo que siempre trató de disimular: su desdén a principios democráticos universales y su vocación de hacer creer que simplemente es otra forma de interpretar la democracia. Embusteros. (O)