¿Se han puesto a pensar algunas de las razones por las cuales el liderazgo de la izquierda latinoamericana se encuentra cada día más confundido en su atavismo ideológico?

Les doy una pista reciente con lo que está ocurriendo con el hacker australiano Julian Assange, de ingrata recordación para nuestro país, al mencionar el cuestionable asilo diplomático que se le concedió durante años en la sede de la embajada ecuatoriana en Londres, Reino Unido.

Resulta que la suerte judicial de Assange pende de un hilo, al estar en estos días a la espera del fallo de un tribunal de Reino Unido que deberá decidir si autoriza o no su extradición a los Estados Unidos para enfrentar cargos de espionaje. A partir de ese relato, no saltaron las fogosas defensas de varias de las figuras prominentes de la izquierda de la región, encendiendo las alertas ante la posible extradición de Assange a los Estados Unidos.

Cito en primer lugar al expresidente boliviano Evo Morales, quien ya proclamó que la extradición de Assange sería su condena de muerte y que además, el tribunal británico estaría siendo cómplice “en los intentos de silenciar las verdades que sobre los crímenes del imperio expuso Assange”; Gustavo Petro, actual mandatario colombiano, expresó toda su solidaridad con Assange, agregando que condenarlo es condenar a la prensa libre “y ser cómplices de las violaciones de los derechos humanos de la población del sur excluida, pobre y bombardeada”. Vaya ahí. Pero lo más anecdótico debe ser el pedido de Andrés Manuel López Obrador, presidente mexicano, quien sugirió que se traslade la Estatua de la Libertad a México, en el evento de que sea extraditado Julian Assange a los Estados Unidos, señalando que en su país existe total libertad.

En esa línea y reconociendo el derecho de la izquierda latinoamericana de entronizar a figuras tan controversiales como Assange, resulta también sensato pedirle cierta objetividad y sensatez al mencionar casos como el de Alexéi Navalni, principal opositor ruso al gobierno de Vladimr Putin y que falleció hace pocos días en prisión en circunstancias totalmente sospechosas.

Navalni, convertido desde hace algún tiempo en un opositor enconado de Putin, ya había sufrido hace algunos años un complot para envenenarlo con un mortal agente nervioso, debiendo ser trasladado a Alemania para su recuperación, luego de lo cual regresó a su país para ser inmediatamente encarcelado hasta su sorpresiva muerte.

Conocido por su campaña contra la corrupción y organizador de las mayores manifestaciones contra el gobierno ruso en los últimos tiempos, era considerado como el emblema de la “primera generación libre de la historia de Rusia” llegando a convertirse en una amenaza evidente a las aspiraciones hegemónicas de Putin.

¿Motivó la sospechosa muerte de Navalni la reacción vigorosa de los pregonados líderes de la izquierda de la región? Cero. ¿Algún reproche, alguna sugerencia, algún lamento? Cero. Mejor seguir defendiendo a ultranza a Assange, el libreto así lo impone. Es el retrato de la izquierda latinoamericana. (O)