En su obra Más allá del bien y del mal, uno de los aforismos del filósofo Friedrich Nietzsche declara: “El que lucha contra monstruos debe cuidarse de no convertirse en uno. Cuando contemplas el abismo, este mira dentro de ti”. Estas palabras describen la situación en la que se encuentra Nayib Bukele después de su contundente victoria electoral en El Salvador.

El presidente Bukele ha sido objeto de críticas por violar los derechos humanos y el debido proceso en su lucha contra la delincuencia, así como por quebrantar el orden constitucional para mantenerse en el poder, ya que la carta magna de El Salvador es clara en que no es posible gobernar por periodos consecutivos. Si bien estas críticas son correctas, adolecen de una miopía común entre académicos y activistas: están basadas en una visión teórica del mundo. Sin embargo, la experiencia salvadoreña desafiaba toda teoría.

Bukele, más que cárceles

En una sociedad normal, es el Estado quien detenta el monopolio de la fuerza. El Leviatán descrito por Hobbes, al que se debe mantener encadenado mediante garantías legales que protejan a los ciudadanos del poder de este monstruo. Sin embargo, en El Salvador, las cosas funcionaban al revés: tanto el Estado como la sociedad civil habían sido sometidos por las maras del crimen organizado. ¿Existía alguna manera de resolver el problema respetando el marco teórico de la institucionalidad y los derechos humanos? Es posible que sí. Pero el error de los críticos del presidente radica en no señalar exactamente cuál habría sido ese otro camino.

No basta con simplemente indicar que las acciones del Gobierno violaron el orden institucional (lo cual es evidente), sino que es necesario articular con claridad cómo el flagelo del pandillerismo podría haberse abordado sin violentar dicho orden. Sin ese elemento realista y práctico, las críticas contra los métodos de Bukele caerán en oídos sordos y la puerta quedará abierta para que aparezcan otros líderes brutales pero eficientes.

Tiempos de autoritarismos

El desafío al que Bukele se enfrenta ahora es, irónicamente, cómo gestionar las consecuencias de su propio éxito. Si bien el presidente pudo justificar sus métodos inusuales invocando la situación excepcional de El Salvador, ahora que ha logrado restaurar la normalidad es hora de que el Leviatán vuelva a ser encadenado y el mandatario se enfoque en sentar las bases de un verdadero Estado de derecho para generaciones futuras. Este es el momento en el que los “mesías” políticos de la historia suelen cometer el mismo error fatal: al alcanzar el triunfo, olvidan que su éxito personal y el éxito de su nación no son sinónimos. Los líderes, incluso los más eficientes y carismáticos, son inevitablemente pasajeros. La paz y la prosperidad a largo plazo de un país dependen de la calidad de sus instituciones. ¿Tendrá Bukele la sabiduría para ver esto?

Nayib Bukele tiene cinco años para fortalecer las instituciones de El Salvador y dejar voluntariamente el poder. De no hacerlo, entonces se habrá convertido en el cazador de monstruos que describió Nietzsche: se habrá convertido él mismo en un monstruo, y el abismo estará dentro de él. (O)