Los griegos tomaban muy en serio las tragedias. En los años culminantes de poderío económico, militar y cultural, allá por el gran siglo V a. C., los ciudadanos de la Antigua Grecia se congregaban anualmente para asistir, mejor dicho, para experimentar de primera mano las tragedias que se representaban en sus teatros. Las producciones de tragedias, los arreglos de los escenarios, las tramas que se exhibían, los comentarios de los espectadores y hasta las agrias disputas que se producían, todo ello era parte importante de la vida de la primera democracia de Occidente.

La tragedia para los griegos no tenía el mismo significado que ella inspira hoy en día en muchas personas. Hoy tendemos a evitarlas o minimizarlas, tan sumados estamos en la banalidad y frivolidad de una cultura del instante. Para los griegos las tragedias eran una oportunidad para aprender, para aprender cómo enfrentar las adversidades y cómo superar los desastres.

No es una coincidencia que la línea narrativa de casi todas las tragedias da cuenta de cómo caen en el abismo grandes figuras, sean estas héroes, guerreros, poetas, políticos o reyes. Fuerzas oscuras, inexplicables, giros del destino, errores de cálculos, mala fortuna, como quiera llamárselo, están siempre al acecho. Como apuntaba Aristóteles en su Poética, la sensibilidad de la tragedia nos hace comprender “no la cosa que sucedió, sino la clase de cosa que puede pasar”.

El filósofo observa que a sus contemporáneos les gustaba la tragedia, ver cómo caían los grandes, lo que les producía un sentido de horror y con ello aprendían o se preparaban para evitar semejantes derrumbes en sus vidas diarias.

En un reciente libro, dos politólogos estadounidenses reflexionan sobre los riesgos de evitar mirar de frente los hechos trágicos y de olvidar que las cosas podrían girar de manera inesperada para mal, todo ello a propósito de la complacencia que embargó tanto a los Estados Unidos como a sus aliados una vez que colapsó el imperio soviético.

En The Lessons of Tragedy. Statecraft and World Order (Yale University Press) 2019, 200 páginas, Hal Brands (Johns Hopkins University) y Charles Edel (University of Sidney) construyen un poderoso argumento sobre la necesidad de asimilar esa trágica sensibilidad que tenían los griegos, y que es tan necesaria para no olvidar los horrores de los que salió en 1945, así como los años en que vivimos al borde de la aniquilación nuclear. Hemos perdido lamentablemente esa sensibilidad. El costo por ello puede ser muy alto.