Desde los 18 años, edad en la que publicó Paren la guerra que yo no juego (1989), el manteño Pedro Gil Flores (1971-2021) encontró en la poesía -especialmente- una ruta de escape, un hogar hecho letras, su manera de expresar todo lo que guardaba en su ser, su verdadera adicción. El poeta se ha ido del espacio terrenal, pero sus escritos han quedado para seguir encontrándolo entre verso y verso o entre cada narración.

Pedro Gil, narrador

“Los poemas que él ha escrito a lo largo de su vida son capítulos de su misma vida, pero profundizada, filtrados por la reflexión, la ironía, la lectura incesante y la burla al equilibrio (...). En ellos aparecen voces de delincuentes, drogadictos, hijos, padres y amantes que fallaron, lectores, bebedores, amigos y vecinos, cada uno con su herida y su puñal en alto”, escribió Fernando Itúrburu en la contraportada de 17 puñaladas no son nada (2009).

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“Toda mi poética es autobiográfica y las drogas son parte de mi sangre, mis vivencias, mis encuentros y desencuentros”, afirmó el propio Gil en diálogo con este Diario. El autor más de una vez se definió como marginal, “porque cuando vine al mundo la marginalidad fue lo que me tocó”.

Pedro Gil Flores fue autor de antologías, cuentos y poemas. Foto: Facebook Pedro Gil

Delirium Tremens (1993), Con unas arrugas en la frente (1997), He llevado una vida feliz (2001), Los poetas duros no lloran (2001), 17 puñaladas no son nada (2009), Crónico (poemas del psiquiátrico Sagrado Corazón, 2012), El príncipe de los canallas (2014) son algunas de sus obras publicadas, muchas de ellas son testimonio de sus vivencias.

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El pasado miércoles 26 de enero, el cuerpo sin vida de Gil fue reconocido. Según información compartida en los medios de comunicación, fue atropellado por un camión que transportaba plátanos en la avenida 113 de Manta, el viernes 21 de enero. Sí, pasaron cinco días hasta que alguien llegara a la morgue y dijera ‘es el poeta Pedro Gil’. En vida había confesado su miedo a la agonía, prefería una muerte rápida y sin dolor; pero tal parece que el destino lo sorprendió con algo diferente.

Y es que a más de destacar por su extensa obra, de la que todos hablan ahora con una belleza sublime y un respeto admirable, el poeta transcurrió sus años bajo el estigma de ‘escritor maldito’. Una de sus últimas obras lleva el nombre del número de puñaladas que recibió el 1 de marzo de 2008, en una casa abandonada en Manta.

Algunas de las obras de Pedro Gil Flores. Foto: Facebook Pedro Gil

“Sí me pesa el estigma de escritor maldito: mujeres que me abandonaron, amigos que me apuñalaron por la espalda. A veces, teniendo fama de ladrón, yo, Pedro Gil, he sido asaltado, apuñalado, baleado, golpeado”, expresó a Jorge Martillo en el 2010, en una entrevista para este Diario.

“Yo no soy maldito ni nada de eso, si fuera así hubiera matado ya a mis enemigos”, agregó en otra entrevista.

Pedro Gil: Sí me pesa el estigma de escritor maldito

Además de escritor, trabajó un tiempo como terapeuta vivencial, un oficio en el que combinaba el cine con narcóticos anónimos y la Biblia. “Aprendí la felicidad en medio de infelices. Amé y amo a Dios. Descubrí que me faltó o falta amarme a mí mismo”, dijo a este Diario. También fue tallerista del escritor Miguel Donoso Pareja y profesor en la Universidad de Manta.

Entre las cosas que dijo en medio de sus particulares diálogos, expresó que deseaba para su epitafio la siguiente frase: ‘Da pena morirse’. También dijo otro deseo: “Yo no quiero ser una leyenda, quiero ser escritor, nada más”. (I)