Estábamos caminando en Quito por la calle República de El Salvador. Eran las dos de la tarde. Yo no desayuno, una costumbre forjada medio al azar, medio intencionalmente, desde los 15 años, por lo que a esa hora de la tarde ansío sentarme a disfrutar un buen almuerzo. Es una calle palpitante, llena de cafeterías, hoteles y restaurantes, así que decidí entrar en el primero que captó mi atención en la cuadra donde me dejó el taxi, el restaurante Käses.