Cinco minutos después de la hora prevista, Claudio López La Madrid, editor general de Ramdom House Mondadori, y los escritores Rosa Montero y Orhan Pahmuk entraron al auditorio Juan Rulfo, de la Feria del Libro de Guadalajara, para participar en este evento, que es el más grande sobre el libro en este continente, solamente disputado en tamaño por la Feria del Libro de Frankfurt.
Pahmuk da la impresión de ser un niño grande. Es agradable, carismático. Habla sencillo e intenta ser lo más claro posible en una lengua prestada que, sin embargo, es la que le ha permitido trascender fuera de su tierra. Y, de los tres personajes, Montero es la más aplaudida.
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Desde el principio plantea la dinámica del encuentro: será una conversación. Quienes conocen de cerca el trabajo de esta escritora saben que lo que se le da mejor es la entrevista y eso es lo que hace con Pahmuk, que en poco tiempo está, al igual que la audiencia, cautivado por “Rosa”, como la llama durante toda la charla.
Mientras Montero intenta llevar el diálogo en su “terrible inglés”, como ella misma lo ha dicho, Orhan Pahmuk mira a su público y la fotografía con su pequeña cámara digital.
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El premio Nobel de Literatura, autor de Rojo, Estambul, y que presenta El museo de la inocencia, cuenta que cuando está a punto de terminar una novela, cuatro meses antes, su famosa disciplina se vuelve recia y puede dedicarse al trabajo literario cerca de 12 horas. “Si no escribo es como si no he hecho mi deber” y en ese sentido, cita a Borges –lo hace varias veces durante la conversación– diciendo: “Todo en el mundo debe terminar en un libro”.
En un diálogo ameno, Montero lo lleva hasta ese primer tiempo en que quiso ser pintor, en que él rememora cómo era ser una persona distinta en un ambiente en el que sus parientes cercanos eran, casi todos, ingenieros civiles.
Hoy, Pahmuk aún considera que la sociedad turca es muy convencional, pero no solo la turca. Llega a decir graciosamente: “Trato de convencerlos de que soy normal”, y también comenta que en Turquía hay que tener cuidado con las palabras. No es desconocido que Pahmuk se convirtió en una suerte de perseguido religioso por, según los fundamentalistas, atentar contra el Islam.
Lo curioso es que a pesar de esto, Pahmuk no se considera un hombre político. “No me gusta hablar mucho de política, pero ocurre, a veces, porque vienes de un lugar complejo; además, los periodistas preguntan”. El público disfruta, no quiere que el diálogo se acabe; quiere seguir escuchando su relato. El premio Nobel habla de sus guardaespaldas, de cómo en su barrio se siente como una persona sin éxito en la vida porque su vida no es “normal”.
El museo de la inocencia transcurre en una Estambul de los años setenta. Y en la Estambul de 1970 solo se puede intercambiar miradas, observar gestos, sentir el silencio. “Son rituales sofisticados”, como dice Pahmuk. La obra es una representación de lo que la vida es. Pahmuk cree, en ese sentido, que cuando los lectores se acercan a una novela se preguntan: “¿La vida es así o la vida no es así?”. “Finalmente, ¿de qué se trata la vida?”, dice el escritor intentando interrogar a la audiencia, solo que él mismo se contesta: “De la felicidad, de la amistad, de la familia”. Y vuelve a citar a sus escritores: “Las novelas son grandes catedrales de la vida”.
Montero cataloga El museo de la inocencia como un relato de la obsesión amorosa en donde uno de sus capítulos, por ejemplo, se llama Calles que me la recordaban. Para Pahmuk, se trata de una historia sobre el amor, pero no del amor que “se pone en un pedestal”. Indudablemente, es una novela de amor, pero no de esas en donde este sentimiento está dulcificado.
Vienen las preguntas del público; que si el libro desaparecerá, etcétera. “Para ser escritor necesito creer en la inmortalidad de los libros”; además, se pone nostálgico, piensa en su biblioteca, la que dejó en Turquía y dice: “Al igual que a Turquía, extraño mi biblioteca”.
Apuntes
El escritor turco Orhan Pahmuk dijo que los autores del boom le mostraron que no tenía que escribir como Balzac.
Además, en la cita en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, indicó que tiene 30.000 fotos en su computadora, que ha tomado en cada encuentro al público que lo va a escuchar.