La narradora quiteña, próxima a cumplir 80 años, conversa sobre su oficio y de su novela Memorias de la Pivihuarmi Cuxirimay Ocllo.

“¡A mí solo me paran bola en Guayaquil!”, exclama Alicia Yánez con una sonrisa  cuando le anunciamos que somos de Diario El UNIVERSO. A un mes de cumplir 80 años y tras remontar un cáncer, sigue siendo una mujer efervescente, inquieta por los asuntos del país y polémica, a la que le encanta que Ecuador ostente el récord mundial en botar presidentes.

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Esta abuela de nueve nietos confiesa que necesita tener algún proyecto intelectual en ciernes para sentirse viva y precisamente es   lo que más la preocupa ahora: que desde que terminó su último libro,  Memorias de la Pivihuarmi Cuxirimay Ocllo,  en abril pasado, se dio cuenta de que en su computadora no quedaban cabos sueltos, ni historias pendientes.

Pero, como quien no se deja hundir en el fango del no saber qué hacer, cuenta que la tiene  emocionada un tratado que está leyendo: El monaquismo, de José Peralta. “Es anticlerical a más no poder”, expresa feliz   mientras cuenta que aún no le ha podido agradecer este   regalo –que tal vez sea la inspiración de su próximo proyecto editorial– al cuencano Fausto Malo, porque   no domina el correo electrónico.  Antes de dar comienzo a la entrevista pregunta sobre qué tema hablaremos  y al saber que es sobre su último libro se pone contenta, porque hay otros temas que la tienen “harta”,  como el de su candidatura al Premio    Eugenio Espejo (cuyos ganadores se deben anunciar esta semana).  “No sé cuántos años que mi nombre está en eso” dice y pone un candado sobre el tema.  Entonces comenzamos por su última novela, la número 12 de su carrera. Ella misma tiene dificultad en pronunciar su nombre,  Memorias de la Pivihuarmi Cuxirimay Ocllo.
 
¿No cree que fue un error poner un título tan difícil de pedir en las librerías?
El título es un error y tampoco se pone de quién son los dibujos, que pertenecen a Huaman Poma de Ayala.
 
En el último tiempo usted se ha dedicado a la novela histórica, pero, ¿es la primera vez que se adentra en el mundo inca? 
Sí, entré porque Tamara Estupiñán  (historiadora) me habló de esta niña que nace de Huayna-Cápac, aunque algunos historiadores dicen que no fue hija sino sobrina, pero a mí me gustaba más hija... y él le designa que se case con Atahualpa. A su vez, cuando este muere va a poder de Pizarro como prisionera y luego, se casa con Juan de Betanzos, un cronista de Indias que es el único que escribe lo que ve y sabe quichua. Yo creo que Betanzos la persiguió y la pidió porque él ya estaba escribiendo la historia y dijo ‘necesito a alguien que me narre’, ella habrá tenido 14 o 16 años y, además, era riquísima porque hereda todo lo que tenía Atahualpa.
 
¿Y cómo rastreó su historia?
Aparece en cantidades de libros con distintos nombres, es muy difícil seguirle el rastro... Seis años me he demorado en esto, porque mi memoria a mi edad es vergonzosa, me ha costado. En un principio era un castigo leerle a Betanzos porque los cronistas de Indias no hacían literatura sino informes y yo vivía en una casita en el campo sin vecinos, ni teléfonos... nadie a quién pedirle ayuda. Un día me cansé y dije no puedo y me puse a escribir otro libro: Esclavos de Chatham. 
 
¿Qué fue lo que la enamoró del personaje para dedicarle seis años?
Ella en sí, que es una princesa y es una niña que sufre mucho. Además, los seis años que yo me demoré en escribir iba viendo cómo mi nieta Balthazara crecía, entonces se me hizo una cuestión como de afecto y logré terminar.

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Esta novela ha tenido una serie de aventuras porque he hecho cuatro versiones: en la primera me ceñí totalmente a Betanzos y cuando acabé dije: ‘Caramba y ¿por qué diablos he escrito sobre los incas?’, entonces rompí eso y escribí una segunda versión en la que metí al personaje de Ninacuri, una mitima (indígena desplazada por los incas) de origen cañari, que es la que se encarga de educar a esta niña.

Y después digo: ¿y los cañaris? Entonces dejo a los incas y me meto en Ecuador y hago una tercera versión con un estudio de los cañaris y empiezo a leer lo poco que hay de historia ecuatoriana de esa época como es el padre Velasco y tengo que descartarlo...

Hay muchas cosas que me van a atacar. Por ejemplo, Atahualpa no es quiteño, nació en el Cusco.
 
¿Porqué tiene la certeza de que Atahualpa nació en el Cusco?
Betanzos lo asegura y da el nombre del padre y la madre. No te queda más remedio que aceptar a Betanzos, sabes que vivió, a él no le narraron y además dominaba el quichua.
 
Usted es    muy prolífica literariamente hablando, ¿nunca descansa?
En cada libro me tomo de tres a cuatro años porque escribo y reescribo y corrijo y corrijo. Generalmente, siempre he tenido en la computadora cuentos, otras novelas por terminar, pero últimamente ya no tengo y eso me tiene  terriblemente  angustiada porque es el signo irrebatible de la decadencia... Antes no me alcanzaban ni las manos, ni el tiempo ni nada. Y sí, me siento cansada, pero no me hallo...

¿Por qué ha optado por la novela histórica?
Llevo cuatro y voy a seguir en ello, posiblemente la próxima salga del libro que estoy leyendo ahora, porque  nací anticlerical, tal vez es la consecuencia de haber estado 12 años en colegio de monjas. La razón es que llevo una vida muy retirada y llega un momento como que se te acaban las sensaciones, entonces la novela histórica es un mundo  maravilloso, la vida social a veces es aburrida.
 
Hay ecuatorianistas en Estados Unidos que se dedican a estudiar su obra. ¿Usted cree que existe la ecuatorianidad?
Suena un poco peyorativo el ser ecuatoriano. Pero creo que nuestra autoestima ha subido un poco a raíz del deporte y con algo que a la gente no le gusta pero a mí me encanta: la caída de presidentes. Cuando vi desde mi ventana esos miles de indígenas que llegaban a Quito a tumbar a Abdalá Bucaram,  por primera vez en mi vida abracé la bandera.