El paso de la ficción a la realidad tiene caminos imprevistos. Probablemente la historia de la humanidad sea el de las transiciones entre las ideas y lo real. Sistemas políticos, revoluciones, comunidades: lo que se sueña empuja a la acción. En ese contacto con la realidad, los sueños o fantasías se modifican irremediablemente, y a veces se pierden y olvidan las intenciones iniciales. Y no quisiera ir muy lejos para evaluar los grandes proyectos políticos imperiales de la Roma clásica, la China de Mao o la Rusia de Lenin y Stalin. Casi todo termina en delirio y muerte. Me quedo un poco más acá, en lo que parece una diversión inocente pero que se ha expandido de manera vertiginosa. El concepto del mundo como parque temático.

Y el parque temático más grande es Walt Disney World, del que conviene tener presente todas sus palabras: el mundo de Walt Disney, ese diseñador y animador gráfico que creó a uno de los personajes icónicos de la cultura popular del siglo XX: Mickey Mouse y su tropa de animalitos jocosos que forma parte de la infancia de millones de personas. La operación de Disney en sí misma es una aventura de la expansión desmedida. Luego de la creación del primer parque en California, Disney quiso ampliarlo y encontró en los pantanos de Florida el lugar ideal por los vastos espacios a precios de regalo. Se comenta que compró cada acre de tierra por doscientos dólares y que hoy en día supera los diez mil dólares. En cualquier caso, su proyecto cuenta con un total de más de diez mil hectáreas. Pero la realidad es que ha copado mucho más espacio y para esto bastaría observar en lo que se ha convertido su ciudad eje: Orlando. Todo gira en torno a Walt Disney World, a lo que se suman otros parques temáticos, entre los más grandes los de los estudios Universal. No he sido un visitante frecuente. La primera vez fui a los doce años y he vuelto más de cuarenta años después. Pero los recuerdos se quedaron grabados. Esa primera vez, a inicios de los ochenta, había gigantescas extensiones de tierra y mi recuerdo del viaje en bus desde Miami fue el de interminables sembríos de naranjos. Ahora todo está cubierto por decenas de hoteles de propiedad de Disney, y Orlando a su vez está tomado por resorts y “outlets”.

Un observador de lo contemporáneo como Walter Benjamin, dijo que “la fuerza de una carretera varía según se la recorra a pie o se la sobrevuele en aeroplano”. He pensado en él para entender las diferencias entre Disneyworld y los estudios Universal, y una ciudad como Orlando. Disney saqueó una mitología decimonónica de cuentos clásicos y los banalizó en una diversión de relatos edulcorados frente al horror de la Segunda Guerra Mundial, pero lo hizo con una cierta magnificencia donde todavía importa el movimiento sobre la realidad, con su peso específico de robots o animatrónicos en sus distracciones. Universal Studios, en cambio, apuesta por los simuladores que combinan movimientos mecánicos y alta tecnología visual. Estos mundos de ficción se expanden hacia la ciudad que los acoge. El paisaje de Orlando flota en relación a estos parques temáticos. Es llamativo cómo el peso de las marcas establece hitos en medio de urbanizaciones donde todo queda espaciado en suburbios lujosos, impecables, sin fallos y con una tranquilidad que busca el turista.

Fotografía de archivo cedida por Disney y fechada en 1971 donde se muestra el palacio de la Cenicienta durante su construcción en el parque temático Magic Kingdom, en Lake Buena Vista, Florida (Estados Unidos). Foto: EFE

La realidad es otra: basta mirar los rostros y las expresiones, y la gestualidad de las personas que atienden para darse cuenta de una profunda y compleja infelicidad en medio de tanto bienestar ostentoso. Poco entusiasmo, desgana, y que algunos habitantes de Orlando la explican, por ejemplo, por la dificultad para transportarse sin auto propio. Las condiciones económicas no permiten a los trabajadores el lujo de un auto, y el servicio de trasporte es mínimo. Hay que escapar de los circuitos turísticos y buscar el centro histórico de la ciudad para encontrarse con la realidad a secas. Las antiguas casitas de Thorton Park, con sillones y lamparitas en los porches, y pequeños jardines abiertos, convive cerca de un centro donde mendigos, borrachos, drogadictos y vagabundos esperan un bus que nunca llega en la parada de Magnolia Street, o en el bar esquinero, el Stagger Inn, en el que a las cuatro de la tarde hay clientes que cabecean ebrios en la barra. Entre ambos mundos la ficción campea de diferentes formas: entre los que buscan una alucinación por explícitas vías químicas o por simulaciones. Lo que siempre conviene es ser consciente de ese paso entre la realidad y la ficción. En las orillas del parque del lago Eola, a unos metros, se reúnen un grupo de voluntariado latino, que firman “latinx”.

No es mucho más lo que pude recorrer en mi paso breve. En cualquier caso, me parece interesante observar la ficción que se vierte sobre nuestro tiempo como realidad. La expansión de Disney y Universal se evidencia imparable. El mundo, por supuesto, es mucho más grande. Además de los parques iniciales de California y Florida, los hay en París, Tokyo, Hong Kong y Shangai. Disney incluso ha creado un pequeño pueblo en las inmediaciones del parque de Florida, llamado Celebration. En la ciencia ficción más extrema, los planetas se vuelven unidades temáticas. La ficción es omnívora pero su otro lado necesario consiste en develar la realidad sobre la que se levanta. El mundo de Disney está sobre pantanos inestables. A lo que alguien se descuida en limpiar, la naturaleza retomará la superficie de manera más voraz que la ficción. De manera que hay que esforzarse mucho para proyectar las ficciones sobre la realidad, un espejismo que se vuelve una pantalla sobre el mundo, cubriéndolo. La ficción literaria de peso, más discreta, menos pretenciosa, sigue apostando por la imaginación pero combina fantasía al mismo tiempo que revelación y crítica. No encontré buenas librerías. Espero que alguien me recomiende una novela arriesgada sobre Orlando. (O)