Javier Marías apuntó una imagen sobre dos procesos de escritura diferentes: hay novelistas que trazan un mapa previo del recorrido que tendrán sus personajes, mientras que otros se adentran en el territorio desconocido con una brújula de escritura para descubrir, por tanteo, a dónde puede llegar. Siempre pensé que esto podía completarse con una segunda parte, en la que los “novelistas de mapa” terminan por romper el mapa y se lanzan también a territorios desconocidos, y los que viajaron con su brújula, una vez descubierto el camino inédito, trazan el mapa de su deriva. El proceso de la escritura siempre es recursivo, vuelve sobre sus pasos, amplía, reduce, modifica. Ese trayecto casi siempre queda borrado. Esta reflexión me ha provocado una novela de tema aparentemente claro y explícito como la que ha publicado Ernesto Carrión, titulada Triángulo Fúser (Seix Barral, 2023). Fúser fue uno de los apodos que tuvo de joven Ernesto Guevara de la Serna, el guerrillero argentino, más conocido como el Che, ícono ideológico del siglo XX. La novela lleva un subtítulo largo que no da ningún margen a la duda: “La despechada, poética y fantasmagórica vida de Ernesto antes del Che”.

Yo quisiera ponerlo en duda. Esta evidencia del tema podrá atraer a lectores que siguen el mito del Che Guevara, quienes a fin de cuentas, pasadas las seiscientas páginas de la novela, tendrán una visión completamente diferente a la de su mitificación. Nunca viene mal descubrir que hay pies de barro en cualquier ídolo. Pero también puede alejar a los lectores que no les interesa el tema del guerrillero argentino, lo que les haría perder una novela que es mucho más que ese tema. Inspirada en las pocas semanas que pasó el Che por Guayaquil en 1953, Carrión despliega una novela compleja, amplia, asimétrica, enigmática, con una gran investigación documental detrás, con un caleidoscopio de interrogantes que se expanden a temas indirectamente vinculados. El detonante al inicio, en la primera parte, titulada Tríptico de una ciudad, son dos amigos, Pablo y Mariano. Mariano estudia Comunicación Social y prepara un proyecto sobre la visita del Che a Guayaquil, mientras que Pablo realiza un trabajo sobre la homosexualidad, también en Guayaquil. Cada uno narra su versión. Esta historia paralela tiende un puente sobre la conjetura del supuesto homosexualismo del Che. Luego de esto, la novela completa ese tríptico con relatos sincopados de violencia homofóbica en Guayaquil en la década de los noventa, en 1993 en concreto, donde coinciden varios personajes jóvenes y el mayor de todos ellos, Miguel Cuadrado. En la segunda parte, Ciudad pretexto, la novela da un giro: en una sola narración en tercera persona, sin pausa, los dos protagonistas, el escritor norteamericano William Burroughs y el Ernesto Guevara joven, coinciden en 1953 en Guayaquil. Es la parte más breve de la novela. Permite ver el deseo de Burroughs por el joven argentino, en una narración ambigua y sugerente que los termina llevando a la isla Santay tras la pista del paso de Simón Bolívar por Guayaquil. A estas alturas Guayaquil es una especie de escenario fantasma donde se despliegan decenas de personajes.

‘Triángulo Fúser’

Estas dos primeras partes fueron publicadas independientemente como novelas en 2016. Siete años después el autor las reúne y completa con la tercera parte, la más larga de todas, Ciudad de fondo. Aquí el mecanismo novelístico se dispara en una novela que se anunciaba tentacular: entra un guion completo sobre escenas del Che en Guayaquil, varios monólogos de un grupo de personajes guayaquileños que estuvieron vinculados al argentino en mayor o menor grado: el poeta David Ledesma, Cristóbal Garcés, José Guerra Castillo, entre otros. Una red de relaciones que acogieron al Che y que luego se verían abocados a asumir lo imprevisto: el destino del joven argentino era seguir hacia Centroamérica, y nadie sospecha su conversión política en Cuba, el protagonismo mediático y su vinculación al poder. ¿Qué fue lo que ocurrió en Guayaquil? ¿Incidió en la evolución de Ernesto Guevara? Este punto ciego permite a la novela expandirse y volver a conectar lo que se dispersó en las dos partes iniciales, tanto en los hechos reales como en los ficcionales que aporta Carrión.

Una profunda ironía atraviesa la novela. ¿Es el destino visible desde un comienzo o más bien se va forjando por una suma de casualidades, con la que se opta por seguir (o no) el camino que abre? ¿Los seres humanos son conscientes de los momentos históricos o es más bien el relato retrospectivo el que urde un sentido que nadie alcanzó a ver en su momento? Y una última pregunta decisiva para esta novela: ¿cuando se abandona esa disponibilidad sensible de la juventud –entre ellas la poesía, a la que el Che quiso dedicarse– y los individuos se ven ubicados en coordenadas de poder, olvidan su pasado, quiénes fueron y, sobre todo, olvidan a quienes, de buena fe, los acompañaron y ayudaron? Que el Che Guevara haya sido uno de los creadores del campo de concentración contra homosexuales cubanos en Guanahacabibes, cuando se suponía que impulsaba una revolución que cambiarían, para mejor, la experiencia humana, muestra la perversidad de las que se consideran “almas bellas” redentoras. Es más grave todavía si esa ferocidad persecutoria sugiere una sobreactuación por un pasado en el que se hizo lo que se reniega. La Revolución cubana queda desmontada como la gran hipocresía una vez que se alcanzó el poder y se hizo todo lo necesario para mantenerse, al precio incluso de la inhumanidad. Pero esto ya no es prerrogativa de una izquierda, o de su versión opuesta, una derecha que puede incurrir en lo mismo con otros nombres, sino de cualquier forma de fanatismo. Triángulo Fúser revela que estos procesos son complejos y que la novela honesta elude maniqueísmos cuando se arriesga a darnos todas las versiones posibles a través de los tentáculos de su expansión formal que persigue a héroes escurridizos. Quizá porque el mérito de una gran novela radica en la búsqueda y no en la supuesta exhibición de una verdad. (O)