El año se acaba y se acerca la Navidad y el Fin de Año. Son la oportunidad para evaluar lo que hicimos, así como descubrir cómo nuestros caminos se cruzaron con otras personas y circunstancias que contribuyeron a lo que hoy vivimos. De ahí que resulte oportuna la frase “En las obras más que en las palabras”, que proviene de la tradición católica.
Aquella máxima anima a realizar un examen de conciencia sobre qué tanto contribuimos a este mundo y al bienestar de las personas que nos rodean. Pues si bien es cierto nadie duda de nuestras buenas intenciones, a veces los ánimos y los recursos se quedan cortos. Por lo tanto, el análisis de conciencia de este fin de año es importante.
Poner manos a la obra para realizar acciones que transformen el mundo es parte del compromiso moral mínimo como muestra de gratitud con la posibilidad de seguir respirando. El mundo es un lugar complejo y desafiante. Pero, si cada uno nos preocupamos por traer el bien a nuestro metro cuadrado, nuestra cuadra, nuestro barrio, es posible que un círculo virtuoso se reinstale en nuestras sociedades.
Imagínese si hoy cada uno se propusiera tener solo un gesto de amabilidad con el más olvidado de su oficina. O si actuamos con cortesía en medio del avasallador tráfico. Seguramente, las pequeñas obras buenas traerán un círculo virtuoso que transforme por un momento la sociedad.
Fue san Ignacio de Loyola quien animaba a hacer el ejercicio de evaluarnos diariamente sobre nuestras actuaciones para poner orden en nuestra vida. El orden está presente también en el pensamiento de san Agustín, quien en un acto de enorme valentía escribió Las confesiones. Y les animo a leer este libro magnífico, en el que san Agustín a modo biográfico narra episodios de su vida, entre esos sus épocas de pecado, confusión y dolor.
San Agustín y san Ignacio, cada uno en épocas distintas, descubren que existe un mecanismo que puede poner orden en nuestra vida y ese es el amor. El amor ordenado, dice Agustín, permitirá que todas esas virtudes que Dios nos ha dado surjan para nuestro bien y el de los demás.
De ahí que, aunque varios de nuestros representantes de política no sean católicos, les podría ser útil analizar el pensamiento de estos dos filósofos medievales. Si la política es pensada como el acto más noble de convocarse a servir a los otros, en este sentido la política y el amor al próximo se unen por naturaleza.
Esperemos, pues, que al aproximarse el fin de año la conciencia política se bañe de amor hacia el prójimo y hacia el pueblo que los eligió y cada político realice una evaluación de sus palabras, de su trabajo, pero sobre todo de las consecuencias prácticas que su accionar tuvo en la sociedad ecuatoriana.
Y nosotros al igual que todos hagamos un alto en el ruido de nuestro entorno y de nuestras vidas para evaluar cómo nuestra actuación colaboró para que los espacios donde nos desenvolvemos sean mejores. Estoy convencida de que un poco de sabiduría antigua hace bien, particularmente a quienes tienen en sus manos decidir el destino de otros. Así, resulta útil evaluar a la luz de las obras realizadas. (O)










