La idea de que con frecuencia la política profesional es un escenario que fomenta corrupciones y estupideces, en vez de ser la actividad constructiva que coloque cimientos para adelantar a un país, ha hecho que se relacione el circo con la gestión política. Ser un payaso no está mal si el payaso delimita su acción en el circo; pero que un político actúe como un payaso habla de la denigración de la actuación política, pues esta ya no está gobernada por la razón ni por la sensatez ni por un propósito comunitario, sino que se muestra como una perversa ocurrencia para distraer a los ciudadanos y legitimar el desgobierno y el robo.

Esta idea que junta a los políticos profesionales con la farsa circense es antigua. Ya son cien años de la publicación, en la revista Caricatura de Quito, de un dibujo de Enrique Terán, el 9 de septiembre de 1923, titulado “La Cámara de Diputados”, en la que se ve a los políticos, de chistera y frac, haciendo malabares de todo tipo, con cometas, raquetas, juegos con soga o con trompos, divirtiéndose con el carrito, o saltando al sin-que-te-roce, o con los dados, jugando con el aro de metal o dándole hilo a una cometa que tiene la cara de una figura pública. Aquí los políticos son payasos y se confunden con otros payasos.

¿Legislativo o circo?

Enrique Terán, autor de este dibujo, y muy activo en la prensa de izquierda, fue un intelectual quiteño, de familia liberal, que tuvo la oportunidad de vivir y estudiar música y violín en Londres. Nacido en 1887, fue parte de una generación que se radicalizó con el proyecto liberal alfarista y la Revolución Juliana y que dio paso al nacimiento del Partido Socialista Ecuatoriano, del que fue secretario general en 1928. Las disputas ideológicas intestinas entre socialistas y comunistas fueron alejándolo poco a poco de la militancia en la izquierda y Terán optó por las letras para cuestionar la realidad de su tiempo.

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En 1940 publicó la novela El cojo Navarrete, que narra las decepciones de un luchador liberal que ha perdido una pierna en una batalla. En la parte inferior de la caricatura, uno que tiene un aire de Chaplin, parado sobre una serie de papeles que dice “Proyectos” (proyectos de ley, se supone), sujeta una soga de saltar pero que sirve de cuerda floja para otro político. La Constitución yace en el suelo, como un periódico viejo, cerca de una pelota playera. Mientras tanto, los personajes juegan al caballito con la escoba, con trencitos, y pasean distraídos divagando mientras fuman. Ninguno se toma en serio su representación popular.

En 1919, en una portada de la revista Caricatura, del 16 de noviembre de 1919, Terán ya había tomado como motivo la semejanza entre circo y política en “Debut del circo”, con una leyenda que dice: “¡No necesitamos verlo: nuestra política es el circo más perfecto!”. ¿Por qué desde hace un siglo como país no logramos hacer de la política una tarea decente? Políticos decentes seguramente han existido, no hablo de eso, sino de que, como estructura, las intenciones de la gran mayoría de políticos han sido las de aprovecharse de los recursos del Estado, lo que nos ha dado en el presente una Asamblea Nacional realmente vergonzosa. (O)