Deambulando una madrugada de insomnio por los callejones de las redes sociales me topé con este maravilloso texto del académico venezolano Héctor Bujanda, que acompañaba la fotografía de un improvisado balcón en las calles del centro de Guayaquil: “Adoro la gente que inventa balcones. Gente sabia que necesita estar afuera, pero adentro, cuerpo expuesto, pero protegido. No se trata tanto de mirar como de estar allí, en el balcón; a la intemperie, abierto a todo, dispuesto a nada”.

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Estas plataformas suspendidas entre lo íntimo y lo público surgen como metáforas vivientes de la dualidad humana: la necesidad de conexión con el entorno y el deseo de protección. No fue extraño que se me apareciera de sopetón la frase “Dadme un balcón y seré presidente” de José María Velasco Ibarra.

Me imagino entonces en un balcón imaginario, en esa antigua plataforma que servía para conectarse y que hoy es más el territorio del fisgón, para observar y lanzar algunas ideas sobre ciertos relatos que se ven desde aquí.

Como dijo Elie Wiesel, las personas se convierten en los relatos que escuchan y los que cuentan.

En el tejido de nuestra existencia, las historias son los hilos que nos unen. El relato moldea nuestra identidad, esculpe el entendimiento del mundo y, sobre todo, crea puentes entre nosotros. Como dijo Elie Wiesel, las personas se convierten en los relatos que escuchan y los que cuentan.

Es a través del lenguaje que configuramos quiénes somos y el mundo en el que vivimos. El lenguaje es acción, no solo permite hablar sobre las cosas, el lenguaje hace que las cosas sucedan, por eso, la comunicación trae una gran responsabilidad. Especialmente la comunicación política.

Comprensión que parece ausente en ciertos grupos que abusan de este poder para favorecer intereses políticos particulares.

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Humberto Maturana ya desafiaba la idea de que apenas aparece un presidente electo, otro grupo se declare abiertamente como la oposición. Maturana proponía que en lugar de abrazar una mentalidad de confrontación preestablecida, debemos buscar la colaboración constructiva. La política, al igual que la narrativa, debería ser un espacio donde las emociones se conviertan en acciones que promuevan el bienestar colectivo a través de encuentros creativos.

Pero bueno, como este balcón es imaginario, se puede ser ingenuo y creer que eso pudiera ser posible en este país de desencuentros, donde es más importante tumbar al de arriba que construir juntos.

La situación se me hace cansona, sin estar en contra de una posición crítica y de fiscalización, quisiera decir, parodiando a Alvarito, “déjenlos vivir”. Dejen al Gobierno trabajar, denle su oportunidad y tiempo de hacer, sin poner la zancadilla a cada paso. Al final es el país de todos, cada mandato tendrá su momento.

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Volviendo a mi balcón, dedico a algunos, como analogía, este poema de Gonzalo Rojas: “Lo prostituyen todo con su ánimo gastado en circunloquios. Lo explican todo. Monologan como máquinas llenas de aceite. Lo manchan todo con su baba metafísica. Yo los quisiera ver en los mares del sur una noche de viento real, con la cabeza vaciada en el frío, oliendo la soledad del mundo, sin luna, sin explicación posible, fumando en el terror del desamparo”. (O)