En su reciente libro Autocracy, Inc., Anne Applebaum socava algunos de los mitos que repetimos para explicar los gobiernos autoritarios. Nos imaginamos un “hombre fuerte” que cuenta con el apoyo de los órganos de represión de su país y cuyo principal interés es mantenerse en el poder. Pero los autócratas están conectados entre ellos por vínculos económicos, el uso de tecnología de vigilancia y propaganda, mientras fomentan relaciones con líderes políticos en países democráticos.
Las autocracias han cobrado fuerza en los últimos tiempos. Primero, porque están estrechamente vinculadas. Rusia invadió Ucrania con las armas que recibe de Irán y Corea del Norte y la ayuda económica de China. Segundo, porque los autócratas han acumulado riquezas que les permiten tener poder fuera de sus propias fronteras. Tercero, porque ya no se limitan al control ideológico interno sino que influyen en contra de otros sistemas políticos. Solo hace una semana, EE. UU. acusó e impuso sanciones contra ejecutivos de los medios públicos de Rusia por interferir en las elecciones de ese país.
En una reciente discusión sobre Autocracy, Inc., a la que asistí como miembro de Chatham House, Ben Bland añadió que las autocracias dependen también fundamentalmente de las conexiones familiares. Hay quienes, como Donald Trump, no buscan necesariamente convertirse en autócratas, pero que según Appelbaum, actúan como uno. Como presidente de EE. UU., Trump mantuvo vínculos estrechos con Arabia Saudita y los Emiratos para proteger las inversiones de su yerno. Sus propias inversiones están escudadas del escrutinio público por un sistema financiero hermético, que ha permitido el surgimiento de autócratas como Vladimir Putin.
En pocas palabras, los mecanismos de transparencia son indispensables a la hora de impedir la concentración del poder político de la mano del poder económico acumulado de forma inescrupulosa. Pero en América Latina hay una importante parte de la población que ansía tener un gobierno “fuerte” que “resuelva”, sin entender que los gobiernos autoritarios no se preocupan por la pobreza y la inequidad social. Su meta es acumular riqueza y legitimar un modelo económico que le sea favorable dentro y fuera de su propio país.
En la misma sesión, John Jenkins recordó los vínculos entre Irán y Venezuela relacionados con el narcotráfico. Le faltó mencionar que Hugo Chávez, el difunto presidente venezolano, “medió” para que Ecuador estrechara sus lazos con el régimen iraní a partir de 2008. En 2023, Irán reafirmó su interés en nuestro país al invitar a las asambleístas ecuatorianas Marcela Holguín, Viviana Veloz, Pamela Aguirre y Johanna Ortiz.
El incremento de violencia en nuestro país no necesita tanto mano dura como transparencia aplicada a todos los líderes políticos por igual. Se debe vigilar desde su manipulación del sistema judicial hasta sus conflictos de interés en la asignación de licencias ambientales, cargos y contratos estatales a empleados, socios y familiares de presidentes y otras autoridades electas. El ejemplo del excontralor Carlos Pólit, condenado en EE. UU., muestra la importancia de nunca hacer excepciones. (O)