Leonidas Proaño Villalba nació el 29 de enero de 1910 en San Antonio de Ibarra y desde muy pequeño aprendió de sus padres el valor de la solidaridad. Principio que lo inspiró toda su vida y que le permitió ser consciente de sí mismo, de su vocación de sacerdote y su prioridad por los más pobres, los indígenas de nuestro país, para construir con ellos el reino de Dios en la tierra que profesa el evangelio.

Su vida consecuente con el amor al prójimo y la justicia social lo llevaron a encabezar una de las más importantes transformaciones sociales y culturales en Ecuador, reconoció en el pueblo indígena una identidad y una cultura propia, kichwa, de la cual recuperó sus valores y principios tradicionales, su medicina ancestral, sus formas organizativas, su economía y autogobierno. Tejió puentes para el reencuentro de dos mundos (indígena y mestizo) que hasta entonces convivían sin mirarse a los ojos, enajenados por la herencia colonial del racismo, que marcaban las relaciones sociales en el Ecuador latifundista, donde los indígenas eran cualquier cosa menos seres humanos.

Hombre de fe y sencillo, que predicó con el ejemplo, se rebeló a los poderes de su época: terratenientes, gobiernos, su propia iglesia y una sociedad profundamente racista y clasista. Se despojó de sus vestiduras episcopales para adoptar el poncho que lo identificaba como uno más de su pueblo. Como Obispo de Riobamba, devolvió a los indígenas que habían sido despojados de sus tierras, miles de hectáreas que formaban parte de las extensas propiedades de la Diócesis, adelantándose a la Reforma Agraria del Estado. Y así, con las manos limpias reivindicó el derecho de los pobres a la tierra. Reconoció la dimensión social del pecado en la perversión de un sistema que produce empobrecidos, una estructura de injusticia y muerte que enfrentó con la verdad y la no violencia, sembrando amor y conciencia crítica, incentivando a las comunidades a organizarse para cambiar su realidad desde la puesta en práctica de un evangelio subversivo.

Prefirió levantar conciencias antes que edificar templos. Evangelizador, educador, pedagogo, periodista, escritor, artista, organizador, defensor de la naturaleza, del páramo y la selva; candidato a Premio Nobel de la Paz, internacionalista, respetuoso de los derechos humanos, amante de los pobres. Luchador incansable por la vida, la libertad y la justicia; profundamente reflexivo, creía en el ser humano y la comunidad. La contemplación, meditación y austeridad fueron su estilo de vida. Convirtió en arte su capacidad de escuchar con empatía las preocupaciones de su pueblo, sus necesidades y sus expectativas que lo motivaron a construir canales de comunicación que perduran hasta hoy.

Leonidas Proaño sabía que la verdadera comunicación no comienza hablando, sino escuchando y que la palabra libremente expresada dignifica; por eso en 1962 crea las Escuelas Radiofónicas Populares del Ecuador, a través de las cuales inicia su labor de alfabetización en quichua y español en la provincia de Chimborazo, donde el 80% de indígenas y campesinos eran analfabetos. Esta red de comunicación popular y comunitaria poco a poco se fue convirtiendo en un sólido espacio de encuentro para la participación, la capacitación, los reporteros populares, el compartir de experiencias, el reconocimiento de su cultura y empoderamiento como sujetos políticos.

La comunicación popular reivindicó el derecho a pensar con cabeza propia. Sin embargo, la lucha por devolver la palabra al pueblo desde las radios sigue siendo un desafío, pues constituye un ejercicio ciudadano que continúa incomodando a sectores de poder y –a pesar de los avances en normativas que reconocen el derecho a una comunicación libre y diversa, en igualdad de condiciones, con acceso universal a las tecnologías de información– la justa repartición de frecuencias del espectro radioeléctrico para la gestión de estaciones de radio y televisión públicas, privadas y comunitarias es un derecho constitucional que, como tantos otros, aún espera ser efectivo.

El pasado 31 de agosto conmemoramos 28 años de la partida del Taita Proaño y su legado. Lo cierto es que la semilla que sembró en Ecuador está viva, su lucha y su ética inquebrantables siguen inspirando a quienes reconstruyen el tejido social desde la palabra y el arte de escuchar. (O)