Desde el momento en que Irán detectó que Estados Unidos estaba reacio a hacer uso de su abrumadora fuerza militar para restringir el programa nuclear de Irán –y eso se remonta a la administración de George Bush, que no quiso aceptar el derecho de Irán a un ciclo de combustible nuclear ni quiso estructurar una opción militar o diplomática para detenerlo– ningún trato perfecto que fuera contundentemente favorable para Estados Unidos y sus aliados surgiría alguna vez de negociaciones con Irán. El equilibrio del poder se volvió demasiado parejo.
Sin embargo, existen grados de imperfección, y la opción diplomática estructurada por el equipo de Obama –si se aplica de manera apropiada y es aumentada con una vigorosa diplomacia– sirve mejor a intereses fundamentales de Estados Unidos que cualquier opción que oigo viniendo de los detractores del trato: Impide que Irán produzca el material fisible para lograr el progreso de un arma nuclear durante 15 años y crea un contexto que pudiera darle poder a las fuerzas más pragmáticas dentro de Irán con el paso del tiempo; al precio de limitar, mas no eliminar, la infraestructura nuclear de Irán y el alivio de sanciones que reforzaran a Teherán como una potencia regional.
Darle apoyo a este acuerdo no lo convierte a uno en Neville Chamberlain; oponerse no hace de uno un Dr. Strangelove. Ambas partes tienen argumentos legítimos. Sin embargo, habiéndolos estudiado, creo que los intereses de Estados Unidos son atendidos de la mejor manera ahora centrándose en cómo extraer lo mejor de este trato y amortiguar lo peor, en vez de escabullirse. Eso sería un error que nos aislaría, no a Irán, y limitaría nuestras opciones para ir a la guerra o tolerar a Irán estando mucho más cerca de un progreso nuclear, sin observadores o controles en el terreno, y sin apabullantes sanciones.
“El acuerdo nuclear es un trato, no una gran ganga”, argumentó Robert Litwak, autor de El ajedrez nuclear de Irán. “Tanto Obama como el supremo líder de Irán, (Ayatolá Ali) Jamenei, están haciendo una apuesta tácita. Obama está defendiendo el trato en términos transaccionales (que encuentre solución a un desafío discreto pero urgente), pero le está apostando a que este le dé poder a la facción moderada de Irán y ponga al país en una trayectoria social más favorable. Jamenei está haciendo la apuesta contraria: que el régimen puede beneficiarse de la naturaleza transaccional del acuerdo (alivio de sanciones) y prevenir las implicaciones potencialmente transformadoras del acuerdo para conservar el profundo estado revolucionario de Irán”.
Sin embargo, nosotros podemos hacer cosas para incrementar las probabilidades de que la apuesta resulte a nuestro favor:
1. No permitan que este acuerdo se convierta en el Obamacare del control de armas, en el cual toda la energía se destina a la negociación pero después la aplicación de herramientas –en este caso, las tecnologías de verificación– no funciona. El presidente Barack Obama debería nombrar a una respetada figura militar para que supervise cada aspecto de la aplicación de este trato.
2. El Congreso debería aprobar una resolución que autorice esto y a presidentes sucesivos para hacer uso de la fuerza a fin de impedir que Irán se convierta algún día en un estado con armamento nuclear. Irán debe saber que el presidente de Estados Unidos está autorizado a destruir –sin advertencia o negociación– cualquier intento de Teherán por fabricar una bomba.
3. Concentrarse en el pueblo iraní. Las celebraciones de este trato en Irán nos dicen que “el pueblo iraní quiere ser Corea del Sur, no Corea del Norte”, nota Karim Sadyapour, experto en Irán por la Fundación Carnegie. Deberíamos acercarnos a ellos en cada forma –visas, intercambios y becas– para fortalecer sus voces. Las visitas a Irán me enseñaron que los iraníes habían tenido suficiente fundamentalismo islámico para saber que quieren menos de eso, y han tenido suficiente democracia para saber que quieren más de ella. (La Guarda Revolucionaria de Irán, de línea dura, sabe bien esto, razón por la cual sigue intentando persuadir al supremo líder de Irán de que rechace este trato y su apertura al mundo).
4. Hay que evitar una perspectiva en blanco y negro de Oriente Medio. La idea de que Irán es nuestro enemigo en todas partes y los árabes suníes son nuestros aliados es un error. La dirigencia de Arabia Saudí ha sido un firme aliado de Estados Unidos en la Guerra Fría; muchos saudíes son proestadounidenses. Sin embargo, el gran trato que prevalece de la dirigencia saudí es tóxico: le dice al pueblo saudí que a la tribu Al Saud le toca gobernar y, a cambio, la cúpula religiosa de wahabismo saudí recibe miles de millones de dólares para transformar el rostro del islam suní, yendo de una fe abierta y modernizadora a una fe puritana, contraria a las mujeres, a los chiíes y al pluralismo. Los saudíes han perdido el control de esta puritana transformación salafista del islam, y ha mutado a la ideología que inspiró a los atacantes del 11 de septiembre de 2001 –de los cuales, 15 de 19 eran saudíes– y del grupo Estado Islámico.
Irán auxilió a Estados Unidos en el derrocamiento del régimen talibán en Afganistán y, al mismo tiempo, Teherán y su instrumento, Hizbulá, han apuntalado al régimen sirio mientras este ha perpetrado un genocidio en contra de su propio pueblo, en su mayoría suníes sirios. Necesitamos enfrentar la conducta regional de Irán cuando contradice a nuestros intereses, pero alinearnos con ella cuando se conduce a la par de nuestros intereses. Es deseable que equilibremos a los autocráticos suníes y chiíes, no que los promovamos. Ni unos ni otros comparten nuestros valores.
Finalmente, cuando se trata de Oriente Medio en términos más generales, necesitamos contener, amplificar e innovar: Contener a las fuerzas más agresivas allá, amplificar a cualquier líder o persona que esté formando decencia allá e innovar con respecto a energía como locos para mantener bajos los precios, reducir el dinero del petróleo para malos actores y reducir nuestra exposición a una región que va a ser un lío durante largo, largo tiempo.
© The New York Times 2015. (O)
Las celebraciones de este trato en Irán nos dicen que “el pueblo iraní quiere ser Corea del Sur, no Corea del Norte”, nota Karim Sadyapour, experto en Irán por la Fundación Carnegie.