Judy Galarza entra a diario, con mascarilla y cubierta con la bata quirúrgica antiséptica, a la Unidad de Cuidados Intensivos del hospital de niños Dr. Roberto Gilbert, de la Junta de Beneficencia de Guayaquil (JBG), para ver a su bebé Ania, quien ha permanecido internada cinco de los siete meses que tiene.
Al llegar se retira un poco la mascarilla y le habla. Ante ese estímulo la niña empieza a llorar y mueve las pequeñas manos. “Se vuelve ansiosa, le da taquicardia, quiere que la marque, es la angustia de un niño cuando ve a su mamá”.
Ania nació prematuramente con el trastorno congénito denominado ano imperforado, en el cual hace falta la abertura del ano o está obstruida (a través de este órgano salen las heces del cuerpo).
En este caso la bebé fue sometida a una colostomía temporal, procedimiento en el que se conecta el extremo del intestino grueso a la pared abdominal para que las heces se puedan recolectar en una bolsa. A este trastorno se suma la atresia esofágica que padece, un defecto también de nacimiento en el que parte del esófago del bebé (el tubo que conecta la boca con el estómago) no se desarrolla adecuadamente.
Judy, de 35 años de edad, dice que ora y canta alabanzas en los pasillos del hospital, donde ha vivido cinco de los siete meses que tiene Ania, en el albergue temporal de la JBG destinado para los familiares de los pacientes que llegan de cantones del Guayas o de otras provincias del país y no tienen dónde quedarse en Guayaquil.
Esta madre reside en el sitio rural Floriselva del cantón Naranjal, en Guayas, a dos horas de Guayaquil en bus. Desde allá fue derivada primero al hospital Teodoro Maldonado Carbo, del Instituto Ecuatoriano de Seguridad Social (IESS), en el sur de Guayaquil, porque tenía líquido amniótico acumulado.
“Somos afiliados al Seguro Social Campesino. Este último embarazo fue riesgoso porque soy diabética, ya no pensaba tener más, Dios sabrá por qué me vino mi última niña, pero en los ecos nunca me dijeron que mi hija venía con ano imperforado”.
Ania nació a las 31 semanas de gestación y fue transferida de emergencia al hospital de niños Dr. Roberto Gilbert.
La fe de Judy es un factor motivante: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece. Y cuando me despido de mi hija digo: ‘Ania, estás en las manos de Dios, no en la de los médicos; tú eres una hija de Dios lavada y comprada a precio de sangre preciosa, nada va a tocar tu vida, ni tu morada”.
“Dios está obrando en tu vida, hija mía, y tú te vas a levantar de aquí con victoria porque eres una hija de Dios”, agrega.
La rutina de Judy en los cinco meses que lleva viviendo en el hospital empieza a las seis de la mañana cuando se levanta, se asea, arregla la cama, firma y recoge el tique para el desayuno. De ahí las horas se hacen eternas por la espera angustiante hasta el mediodía cuando empieza el periodo de visitas.
Como está en terapia intensiva solo la puede ver entre las 12:00 y 15:00.
La última novedad médica es que el miércoles 3 de mayo pasado los médicos observaron en una radiografía que los pulmones de Ania están congestionados, afectados por la neumonía que la aqueja.
“Entonces la doctora me dijo que es posible pensar en una traqueotomía (una abertura en frente del cuello que se hace durante un procedimiento de emergencia o una cirugía planeada), hay que hacer una cirugía o ver qué método se toma”.
Óscar, esposo de Judy, migró hace casi un año a Chile, país donde recolectaba uvas, pero después emprendió camino hacia Estados Unidos, en busca de mejores oportunidades.
“Él migró, cayó preso en la frontera con Estados Unidos y ahora pidió asilo, recién hace dos meses salió y puede trabajar. Me envía dinero para yo permanecer aquí en el hospital con mi Ania, aquí me toca estar”, manifiesta Judy.
Lo que más le preocupa es que sus dos primeras hijas: Karen, de 16, y Viviana, de 12 años de edad, viven solas en la casa de la familia en Naranjal. “Entre las dos cocinan, la más grande estudia en la mañana y la más pequeña por la tarde, sí tengo familiares allá que me ayudan, pero no es lo mismo”.
Es como un desgarro interno por el que a diario sufro, afirma. “Desde acá, Guayaquil, les escribo, las llamo todos los días, a las cinco de la mañana es un mensaje, Dios te bendiga, cómo estás, cuando llegan del colegio les digo cómo te fue”, logra narrar Judy antes de sollozar.
La mañana del lunes 8 de mayo, la hija de 16 años contó que habían asaltado el bus que ella no alcanzó a subirse. “Por obra de Dios no le pasó nada. No tengo otra opción que quedarme acá”, dice la madre.
Cada sábado les dice que se alisten para acudir al culto evangélico al que asisten ya que son cristianas. “Les pido que oren por su hermana Ania, por el papi, ustedes solo se tienen la una a la otra, les digo. El temor de Dios en el corazón de ellas hace que sean unas buenas señoritas”.
Óscar tiene tuberculosis, por lo que solo labora medio tiempo en EE. UU. Él no conoce a Ania ya que se fue del Ecuador cuando Judy estaba en el cuarto mes de embarazo.
Ambos se conocieron cuando el padre de las niñas llegó a Floriselva para trabajar como jornalero procedente de la provincia de Loja.
Los dos se dedicaban a la agricultura, desvenando al cacao (de la cosecha de sembríos ajenos), antes de que nazca Ania, por la que dejó Judy su trabajo y vida en Naranjal. (I)