Como porciones de algodón, la neblina se mueve despacio sobre la selva casi virgen de Sarayaku, y el río, iluminado con los primeros rayos del sol, con delicado equilibrio -como pidiendo permiso- se abre paso llevando consigo la rica y abundante fauna que se traduce en bienestar, en alimento, en vida, a lo que ellos, los habitantes de esa tierra fértil llaman selva viviente o kawsak sacha, en kichwa.