Mientras las farmacéuticas del mundo se apresuran a crear una vacuna contra la COVID-19, al menos cinco de las 202 candidatas han recurrido al aceite de hígado de tiburones que nadan en aguas profundas, como el tiburón martillo o el tiburón ballena, que dependen de esa sustancia en su organismo para soportar las grandes presiones submarinas.