Cuando estaba en la secundaria tuve una maestra de esas que no se olvidan: Olguita Macías de Amores. Gracias a ella me acerqué a la literatura no solo sin miedo, sino también con agrado. Olguita tenía una técnica que dominaba con astucia: conectaba mi interés con el suyo para lograr su objetivo. Así es como un día me vi leyendo biografías de pintores, porque ella notó que el arte y las historias reales eran las dos cosas que más me gustaban. Una maestra así le facilitó el trabajo a las que vinieron después, por fortuna cada una mejor que otra.