El niño típico, a través de un largo proceso de evolución y aprendizaje, gradualmente alcanzará la oportunidad de ser social y personalmente autónomo, de valerse por sí mismo, de ser productivo, eficiente, capaz de esforzarse para tener éxito en la vida, en el hogar, en el trabajo. De ser totalmente dependiente de sus cuidadores se convertirá en una persona autodirigida en su funcionamiento. En otras palabras, madurará.

Menos notorio, más sutil, pero tanto o más importante, sin embargo, es el desarrollo emocional, paralelo al anterior, que eventualmente le permitirá a una persona actuar con autonomía de criterio y albedrío, con confianza en sí misma y dispuesta a responsabilizarse por sus actos sin estar subordinada a otra voluntad. Son dos formas de crecimiento que deben darse en el mismo ser, pero la una no implica la otra. Si se frustra el desarrollo emocional, se atrofiará la autonomía.

La dependencia emocional es un trastorno de la personalidad que afecta a cerca del uno por ciento de la población y es más común en las mujeres. Usualmente empieza a manifestarse entre la adolescencia y los 30 años. El consenso es que se origina en una mezcla de factores genéticos, ambientales y los propios del desarrollo. Es más probable que ocurra en alguien que ha sufrido trauma infantil, o ha sido víctima de relaciones abusivas, o tiene una historia familiar con múltiples casos.

Sus principales características son la falta de autoconfianza, pesimismo en general, serios problemas a la hora de tomar decisiones, hipersensibilidad a la crítica, terror a sentirse abandonado y un rechazo absoluto a hacerse cargo de responsabilidades de índole personal. Es un individuo que no puede funcionar solo, necesitando siempre estar a la sombra de una presencia más fuerte, más decidida (relación desnivelada que se puede prestar para el abuso emocional).

El diagnóstico no es difícil de establecer, ya que por lo general se busca la ayuda profesional cuando los síntomas se han arraigado mucho y sus estragos son muy visibles. Las terapias más aplicadas son la cognitivo-conductual, orientada a mejorar la autoconfianza, y la hipnoterapia, para desarrollar técnicas de funcionamiento autónomo gradual. El pronóstico terapéutico por lo general es positivo, contando siempre con la cooperación de la familia. (O)