Cuando empecé a ejercer el periodismo, a inicios de la década de los 90, una de las voces más singulares de la narrativa ecuatoriana de entonces era la de Gilda Holst Molestina, escritora nacida en Guayaquil en 1952. En 1989 había dado a conocer su primer libro de cuentos: Más sin nombre que nunca, obra que trabajó durante su permanencia en el taller literario que dirigía el escritor Miguel Donoso Pareja.

Lo propio hicieron Liliana Miraglia, Marcela Vintimilla y Livina Santos, compañeras de taller, quienes también en 1989 publicaron sus libros de cuentos. Las cuatro autoras y sus obras fueron un punto de inflexión en la literatura de este país. Quizá en esa fecha comenzó lo que ahora conocemos como la eclosión de la narrativa guayaquileña escrita por mujeres, de la que hoy sus más visibles representantes son Mónica Ojeda, María Fernanda Ampuero y Solange Rodríguez.

La obra completa de Gilda Holst, publicada por Cadáver Exquisito Ediciones (2021).

En ese primer libro, Gilda edificaba los cimientos de lo que, en adelante, sería el sello temático de su producción literaria: la corporalidad femenina, la inequidad de género, el machismo y una reflexión constante sobre la escritura, la creación y el acto de leer. Sobre la literatura, en suma. El humor y la ironía constituían ingredientes con los cuales sazonaba aquella narrativa.

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Cuentos como Reunión se referían a temas de los que hasta entonces poco o nada se hablaba: el particular olor corporal de una mujer.

En Palabreo el eje es la libertad de una mujer a decir no.

En El libro, se rezuma la felicidad que otorga la lectura, pero a la vez se descubre que un libro en ocasiones puede tomarnos el pelo.

En 1995 dio a conocer su segundo texto, Turba de signos, con el que se ratificó como una autora original. La crítica literaria Cecilia Ansaldo, en su antología Cuentan las mujeres, del 2000, ubica un texto de Holst, titulado La voz en off, en la categoría de cuento feminista. Sí. Quizá una considerable parte de la literatura de esta escritora cabe en aquella etiqueta.

De las compañeras de generación, solo Liliana Miraglia publicó un segundo libro y recientemente una novela. En tanto, Marcela Vintimilla y Livina Santos no volvieron a publicar. De Gilda recuerdo su poco afecto a dar entrevistas, aunque logré hacerle un par. En confianza, conversaba serena, con cigarrillo en mano, en la amplia biblioteca que tenía. O en el jardín de su casa.

Era de trato afable. Citaba, a veces, a Clarice Lispector, Diamela Eltit o a Simone de Beauvoir, autoras que, de alguna manera, la influyeron. Era una lectora profunda y acuciosa. Una intelectual sencilla, sin la petulancia del que cree ostentar un conocimiento que lo hace distinto. Podría endilgársele incluso una cierta timidez. Se mostraba reacia a las comparecencias públicas; no obstante, lo hacía. Recuerdo paneles en los que participó, al igual que presentaciones de libros.

Mantenía una columna de opinión en la revista La otra, que comandaba entonces Miguel Donoso Pareja. Y la cátedra era otra de sus ocupaciones. Muchas de las escritoras y escritores de la actualidad fueron sus alumnos en la Universidad Católica de Santiago de Guayaquil, donde desempeñó, de igual modo, cargos directivos.

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En el 2000, vino una novela de su autoría, la única que publicó: Dar con ella. Una obra breve y en la línea de las preocupaciones literarias holstianas. Su último libro fue uno de cuentos: Bumerán, de 2006. Un cuentario en el que las canciones, la cotidianidad y el humor están presentes. De allí en más poco fue lo que se supo de Gilda escritora. No volvió a publicar. A lo mejor seguía escribiendo. Quizá no. Lo desconocemos.

Todas las fotografías de las solapas de sus libros fueron tomadas por Liliana Miraglia, su colega y gran amiga, excepto la de Bumerán, que no contiene la foto de Gilda, sino, en su lugar, la de una lora llamada Lorenza. En aquella solapa sobre la autora se dice: “Se parece a Lorenza”.

“¿Ciertamente usted se parece a la lora?”, inquiero, con algo de humor, en una entrevista. “Segurísimo que me parezco a Lorenza, somos seres de repetición y soñamos”, contestó una sonriente Gilda.

La escritora y editora María Paulina Briones publicó hace tres años, en su sello Cadáver Exquisito, la obra completa de Gilda Holst. Un acierto, porque de esta manera puso al alcance de las nuevas generaciones la obra de esta narradora, pues los libros originales era casi imposible hallarlos, por el tiempo transcurrido, por las limitadas tiradas de las obras literarias en Ecuador y, también, por las dificultades que implica que un libro nacional se mantenga en circulación. Un homenaje verdadero para un nombre imprescindible.

Hace tiempo trascendió que Gilda luchaba contra un cáncer. Y hace dos semanas llegó la noticia de su fallecimiento, a la edad de 72 años. Con su muerte, la literatura ecuatoriana pierde un pilar. Las mujeres escritoras, a un referente. Y los lectores, a una autora de excepción. Celebro la vida de Gilda Holst y su obra señera, que nos lega como honda huella de su paso por este mundo. Y como testimonio de que esta guayaquileña escribió hace 30 y más años de temas que hoy son tan contemporáneos.

Los invito a dar con ella a través de su narrativa. (O)