Recuerdo perfectamente la primera vez que un manto de ceniza proveniente del Tungurahua cubrió la ciudad. En todos los medios de comunicación se difundían instrucciones de cómo protegerse y deshacerse de la ceniza, pues ese acontecimiento era algo totalmente nuevo y desconocido. Sin embargo, una semana después, alcancé a ver una persona vendiendo unos frascos de vidrio perfectamente etiquetados mientras exclamaba “¡Compré la ceniza del volcán!”. Lo que para muchos había sido un problema, para él fue una oportunidad de generar ingresos.