Cuando la situación se pone tensa en casa, una niña se alegra al escuchar que va a pasar las vacaciones con su abuela, porque piensa que será un viaje como los de antes, con sus padres. Su sorpresa es que esta vez irá sola a visitar a una abuelita de la que sospecha que tiene algo de bruja.

Sin embargo, la estancia allí es cualquier cosa menos aburrida, porque al poco tiempo, la abuela desaparece, y dado que no hay otros adultos cerca, la tarea de ir a buscarla le corresponde a ella. Entonces empieza realmente el viaje fantástico de la protagonista, que debe atravesar un mundo regido por la magia.

En la punta del meñique es el primer libro de autoría de la artista ecuatoriana Ariana R. Orozco (la R es de Ramírez), presentado en marzo de 2023 y publicado por la editorial El Fakir, que lo tuvo entre sus principales recomendaciones de la Feria Internacional del Libro de Guayaquil en ese año. Es parte de su colección Chulpi, dirigida a lectores de 10 años en adelante.

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Ariana Ramírez Orozco, artista y escritora ecuatoriana, autora de 'En la punta del meñique'. Foto: Cortesía

La abuelita, en personaje y en dibujo, está muy relacionada con los recuerdos de la autora sobre su propia abuela, una persona con toques de excentricidad que fue, en su momento, un refugio, justo lo que el personaje de la novela está buscando.

Ariana, graduada de Artes Liberales en la Universidad San Francisco de Quito, fue ganadora del Premio Nacional de Artes Mariano Aguilera 2023 en la categoría creación artística, por su proyecto Dichos para una niñez ejemplar, en la que usó expresiones populares para reflexionar sobre su alcance ideológico y aleccionador.

En este momento está en Seúl, Corea del Sur, realizando una maestría en Pintura Oriental, después de haber ganado una beca del Gobierno coreano. Desde allí habló con este Diario sobre su primera novela, que también ilustró.

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“Ambas (la escritura y la ilustración) han estado conmigo desde hace muchísimo tiempo. Dedicarme profesionalmente a ellas en conjunto era lo que yo aspiraba. Tengo una educación en Artes Liberales, Literatura, Filosofía e Historia del Arte, sin embargo, estuve aprendiendo pintura e ilustración durante todo ese tiempo, nunca dejé de hacerlo”, indica la guayaquileña de 24 años, que se ha desempeñado también en diseño gráfico, una área que tiende a dar ‘más trabajo’ que las humanidades, al menos en Ecuador.

“Encontré un hogar para esta novela en la que venía trabajando desde hace algunos años. El Fakir me permitió hacer la parte gráfica, cuando les mostré las ideas y los diseños para los personajes que tenía. En la punta del meñique se hizo realidad gracias la libertad que me dio la editorial”.

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Una segunda novela fantástica en proceso

Y mientras estudia el idioma coreano para poder integrarse a la maestría, está trabajando en una segunda novela y en una colección de cuentos. También se adapta al choque cultural. “En Ecuador uno puede cuestionar a los mayores con cierta libertad; sí, hay que respetar a los abuelos y a los adultos, pero aquí es una cuestión de muy mala educación dar tu opinión a una persona de clase social más alta o posición mayor que la tuya”, dice, y continúa reflexionando sobre hacer arte en un sitio donde cuestionar lo establecido es visto como un problema.

Pero volviendo a la nueva novela, indica que esta sigue la línea de la primera. “Me doy cuenta de que estoy trabajando un tema constante, el de la infancia y cómo los sistemas sociales alrededor de ella moldean a la gente. En el caso de En la punta del meñique, es cómo el concepto de la muerte es aproximado a los niños. Porque de niño uno puede perder a un ser querido, y se topa con que la muerte existe y no siempre hay alguien que lo sepa explicar bien”.

En la obra todavía inédita, explica, se enfoca en los sistemas opresivos y cómo afectan a los niños. “De momento se llama Los sonrientes, y es acerca de un culto de carácter político y religioso escondido en el páramo ecuatoriano, en el que se oprime mucho a la gente de diferentes formas, tres niños comienzan a darse cuenta de que quizás no son tan felices como siempre les han dicho que son, y su camino para cuestionar la política del lugar en el que están y escapar. Sí que tiene elementos fantasiosos, pero este es el tema que lo envuelve todo”.

Ya está terminada, en proceso de revisión, y también optando a concurso para encontrar editorial. “Quiero creer que encontraré un hogar para este trabajo”.

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Y también para la colección premiada Dichos para una niñez ejemplar, compuesta por diez frases tradicionales con las que han crecido varias generaciones de ecuatorianos. “El lenguaje, a mi parecer, crea la realidad. Si escuchamos todos los días que ‘si sabes cocinar, te puedes casar’, no es solo un chiste. Existe genuinamente en el inconsciente colectivo y se asocia mucho con la mujer, con los roles de cuidado, de cocinar, de cuidar de la salud de los hijos o de los padres que envejecen. Tomé cada dicho e hice un ensayo de carácter técnico-académico, escribí un cuento e hice una ilustración. Esas tres piezas iban muy entrelazadas, el mismo mensaje a partir de diferentes medios”.

De la misma manera está convencida de que la literatura, las historias, hacen muy buena compañía y ayudan a salir de momentos en que la vida se vuelve complicada. “Estoy dedicando esta parte de mi vida a escribir e ilustrar porque cuando era pequeña pasé mucho mucho tiempo sola, entonces comencé a leer y a descubrir el arte, y me hizo mucha compañía. Recuerdo leer a Sherlock Holmes y pensar: ‘Vaya, si uno es pilas sale adelante, ¿no?’”.

Se muestra muy convencida de sus proyectos. “Todo lo relacionado con la niñez tiende a ser bajado de estatus, menos estudiado, menos considerado, pero cuando uno es adulto, va a terapia y todo lo que le preguntan es de la infancia”. En su obra se pregunta qué pasa con las infancias de la colectividad. “Lo que ahí ocurre, en conjunto, forma una sociedad entera. Es importante cuestionar cómo educamos a los niños, qué escuchan ellos y qué tan cuidados están emocionalmente”.

¿La literatura entonces le devuelve estatus a la infancia? “Sí, les da voces”, afirma, tanto a los que todavía son niños como a los que crecieron y necesitan recordar. “La literatura nos lleva a que nos bajemos de ese pedestal de la adultez para examinar lo que es importante”.

Escribir, entonces, es una manera de retribuir un servicio que le fue dado y que tuvo un buen impacto en ella. “Hay niños allá afuera que están leyendo”. (E)