Con el esplendor de sus escuelas de samba, Rio de Janeiro celebra su famoso carnaval, marcado este año por un mayor optimismo tras el cambio de gobierno y el fin de las restricciones de la pandemia.

Tras dos carnavales marcados por el COVID-19, Rio recupera su “carnaval pleno” y se dispone a celebrar “la vida y la democracia”, dijo este viernes 17 el alcalde Eduardo Paes, al entregar simbólicamente las llaves de la ciudad al personaje del “Rey Momo”, rito que da inicio oficial a los festejos.

En su retorno a la normalidad, mientras las comparsas carnavalescas animan las calles desde la semana pasada, las escolas ultiman los detalles de sus suntuosos desfiles en el Sambódromo.

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Siempre damos lo mejor. No tenemos horarios, trabajamos de madrugada. Todo para hacer al público feliz”, dijo a la AFP Rogerio Sampaio, uno de los numerosos miembros de la escuela Viradouro que pasaron los últimos meses confeccionando disfraces en los galpones de la Ciudad de la Samba, en el centro de Rio.

La Liga Independiente de las Escuelas de Samba (LIESA) espera un público de 100.000 personas por noche en el Sambódromo, contando los más de 70.000 espectadores que caben en el recinto y los integrantes de las 12 escuelas.

“Luz” después de las “tinieblas”

Las agrupaciones tienen entre 60 y 70 minutos para desfilar por la Avenida Marqués de Sapucaí (nombre oficial del Sambódromo) e impresionar a los jurados, que analizarán categorías como tema del desfile, samba, batería de percusión, trajes y carrozas. Con sus trajes rebuscados, sus carros gigantes y su danza frenética, las escuelas, nacidas en las favelas de Rio, cuentan diferentes historias.

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“El carnaval es un espejo de Brasil en diálogo con la cultura popular”, dijo a la revista Veja Leandro Vieira, director artístico de Imperatriz Leopoldinense.

“Es un momento en que Brasil (...) ya sea en la cultura popular o en el campo político, precisa reafirmar aquello que tiene de mejor. No es una coincidencia, es la luz después de las tinieblas”, agregó.