Olvidemos por un momento que se acercan los cien años, olvidemos que perteneció a los decapitados y olvidemos en qué lugar se sabe posar el alma cuando cobra vida en una poesía, gracias al juego de entonadores sin rostro. Seamos de música triste. Pensemos, démonos cuenta que de vez en cuando, en algún momento de viaje, pisamos una calle que el aludido pisó y quizá así nos sintamos un poco extraños…extrañados. No lo nombremos tampoco, él sabe a quién nos referimos. Ronda por aquí, intentando llegar a algún lado, escucho sus pasos…