Quien mire con deleite la catástrofe provocada en el Club Sport Emelec no ama al deporte, no ama al fútbol, no ama a Guayaquil. Deleitarse con el desastre moral, administrativo, financiero y técnico de uno de los símbolos de nuestra ciudad puede revelar una perturbación mental donde el odio injustificado prevalece por sobre el equilibrio emocional.

Emelec es un orgullo de la historia deportiva guayaquileña. No era más que un pequeño equipo de fútbol en 1925 cuando ganó el primer título de su historia: campeón de la Unión Deportiva Comercial. Su entrenador, centromedio y capitán era un prócer emelecista hoy olvidado: Enrique Villacís Páez. George Capwell llegó en abril de 1926 como superintendente de la Empresa Eléctrica del Ecuador con una destacada historia en el deporte universitario neoyorkino y en la Zona del Canal de Panamá. Se ligó de inmediato al deporte guayaquileño y en 1929 decidió que ese equipito de fútbol sea un club con todas las de ley y fundó el Club Sport Emelec.

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“El gringo guayaquileño” como lo bautizó un día el inolvidable Manuel Chicken Palacios convirtió a su club en la más poderosa y bien organizada entidad deportiva del país. Construyó una piscina, levantó una sede social con cancha de básquet y ring de boxeo. Luego alquiló un terreno para habilitar un diamante de béisbol. En la década del 30 era muy difícil vencer a la tropa de Capwell en un torneo de lo que fuera: en sus filas estaban los mejores.

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Un día de 1942 se le ocurrió al gringo que Emelec debía tener un estadio de béisbol, su deporte favorito. Pidió los terrenos al Municipio, obtuvo la donación, acudió a la empresa matriz en Estados Unidos, recolectó donaciones de los socios y de empresas amigas y se metió las manos al bolsillo. Así nació el estadio que fue bautizado con su nombre pese a su oposición. Fue el primer estadio con césped en Guayaquil y se inauguró con esplendor en 1945.

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Un día la transnacional a la que pertenecía lo asignó a altas funciones en Panamá. Todo el deporte guayaquileño reaccionó conmovido. Capwell había sido uno de los motores del gran crecimiento del deporte porteño. Fue despedido con emoción pues se pensaba que no volvería a una ciudad que él amaba como si hubiera sido suya. El jurista José Vicente Trujillo dio el discurso de despedida que terminó con una frase conmovedora: “Cuando tú te hayas ido nos envolverán las sombras”.

Pero no ocurrió lo que se presagiaba. Inteligente, Capwell había entregado años antes muchas de sus funciones a Luis Enrique Baquerizo Valenzuela, el paracortos de la novena beisbolera. Dotado del mismo dinamismo de su antecesor, Baquerizo dedicó parte de su esfuerzo a hacer de Emelec un gran equipo de fútbol desde 1943. Fichó a destacados jugadores y convirtió al equipo en vencedor. Cuando Capwell se embarcaba para Panamá, en el viejo Estadio Guayaquil, Emelec vencía a Patria y se proclama campeón del fútbol porteño. Baquerizo le dio la noticia cuando estaba en la escalerilla del avión de Panagra.

Con Baquerizo se amplió el estadio y fue al escenario del campeonato sudamericano de 1947 que hoy es un episodio inolvidable. Emelec fue campeón de 1948 y participó en Chile en el Campeonato de Campeones de Sudamérica, antecedente de la Copa Libertadores de América. Organizó el añorado Torneo del Pacífico con Magallanes de Chile, Alianza de Perú, Aucas, Barcelona y Emelec. Para reforzar el equipo trajo a los jugadores argentinos César Che Pérez, Manuel Clemente Bravo, Atilio Tettamanti y Juan Avelino Pizauri. Como director técnico llegó el argentino Oscar Ruso Sabranski que estaba a cargo de Santa Fe de Bogotá. Organizó temporadas con grandes equipos brasileros, argentinos, colombianos de la fabulosa época de El Dorado. Emelec era, con Baquerizo, un clon del estilo del río de La Plata y por sus filas pasaron cracks como Carlos Orlandelli, Julio Alberto Pérez Luz, Luis Massaroto, Eladio Leiss, Oscar Curcumelli, Francisco Croas y Héctor Pedemonte.

Un día se despidió, pero llegaron otros fieles hinchas emelecistas como Aníbal Santos, Enrique Ponce Luque y un personaje que hizo historia por más de una década como presidente de la comisión de fútbol: Antonio Briz Buide. Con ellos Emelec fue bicampeón 1956/1957 y primer campeón nacional en 1957. Había nacido con ellos el primer Ballet Azul: el de Cipriano Yulee, Jaime Ubilla, Raúl Arguello,Chinche Rivero, Bolívar Herrera, José Vicente Balseca, Daniel Pinto, Carlos Raffo, Júpiter Miranda y otros grandes de la época.

La década del 60 fue resplandeciente. Presidían el club en esa etapa Gabriel Roldós y Víctor Peñaherrera. Las contrataciones las hacía la comisión de fútbol en la que estaban Antonio Briz y Otón Chávez, ex jugador de primera y el único periodista que jugó un clásico del Astillero. El gran acierto de la comisión fue contratar a un verdadero maestro: Fernando Paternoster, astro argentino de la década del 30 con pasado mundialista y larga experiencia en Colombia. El Marqués fue el autor del segundo Ballet Azul: el de Manuel Ordeñana, Ramón Maggereger, Orlando Zambrano, Cruz Alberto Ávila, Walter Arellano, Rómulo Gómez, Henry Magri, Carlos Pineda y esa delantera que ha quedado inmortalizada en el recuerdo: José Vicente Loco Balseca, Jorge Pibe de Oro Bolaños, Carlos Flaco Raffo, Enrique Maestrito Raymondi y Roberto Pibe Ortega. Los que los vimos no los olvidaremos jamás.

Pasaron luego dirigentes notables como Ricardo Estrada, Elías Wated, Ferdinand Hidalgo y Jorge Arosemena hasta que apareció otro nombre histórico: Nassib Neme Antón. Se incorporó en 1988 a la comisión de fútbol y su club fue campeón después de un largo receso. En 1991 inició la reconstrucción del casi derruido estadio Capwell y lo reinauguró con gran pompa. Dejó las funciones directivas en 1994 y retornó en 2009 por pedido del presidente Elías Wated. En 2011 asumió la presidencia e inició la época más triunfal de Emelec en su historia. Emelec fue campeón en 2013, 2014, 2015 y 2017. Fue subcampeón en 2011, 2012, 2016, 2018 y 2021. Estuvo durante 11 años en el podio, algo nunca logrado por un club nacional.

Su limpia administración y manejo de sus cuentas, aparte de su popularidad y excelente rendimiento hizo que la multinacional Adidas eligiera a Emelec para patrocinarlo. Cuando Neme se propuso hacer del Capwell el estadio más elegante y funcional del país, el crédito se abrió enseguida. Ese escenario lujoso es hoy mancillado por las “barras”.

Neme se fue un día, pero las cuentas eran muy claras y todas las deudas estaban financiadas. Quienes asumieron la conducción pecaron de inexperiencia e irresponsabilidad, y hoy la situación en los libros contables, en las graderías y en la cancha es un caos absoluto. El futuro no pinta bien; los aspirantes no garantizan nada. Apenas estridencia fantasiosa e irrealidades.

La gente del deporte pide sobriedad, no promesas ilusas; realidades, no embustes. El futuro de Emelec es volver al prestigio de antaño o precipitarse a un abismo del que será difícil volver. Hasta hoy no hemos escuchado un proyecto sensato. Solo alucinaciones.