Durante los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro 2016 leí conmovido la narración de Eunice dos Santos, judoca brasileña, que ganó la primera medalla dorada para su país en ese torneo. Ella contó a la prensa su historia, plagada de dramas y frustraciones, antes de llegar al oro olímpico. Había nacido en una favela empobrecida de Ciudad de Dios y empezó a practicar judo a los 5 años. Nunca tuvo uniforme. Su entrenador –que no ganaba ningún sueldo– le prestaba un kimono que le quedaba grande, la ayudaba para su alimentación y le costeaba los traslados a las competencias. Su sacrificio la llevó a pensar en abandonar el deporte, pero su técnico y amigos la impulsaron a seguir.