Es difícil competir con la memoria y los recuerdos de un guayaquileño símbolo de la ciudad, como Pedro Mata Piña. Cuando mis archivos armados durante 52 años no me bastan, cuando la remembranza de hechos vividos, contados o leídos se niega a funcionar, la línea telefónica me pone en contacto con Pedrito, como lo llamamos sus amigos. Empieza a hilvanar, entonces, hechos, anécdotas, sucesos familiares de los actores con una precisión matemática que no ha sufrido merma pese a que mañana celebrará 86 jóvenes abriles. Él es mi asesor ocasional y mi más severo crítico.