La poesía rebelde, sensible y en constante evolución de la escritora ecuatoriana Catalina Sojos, de 60 años, es presentada en su máxima expresión en la Colección Palabra Viva, Antología Personal, editada por la Casa de la Cultura Ecuatoriana Benjamín Carrión (CCE). Esta obra hace un recorrido por cerca de dos décadas de trabajo de esta autora, quien es una de las voces más representativas en la poesía cuencana y ve en la vida la mayor fuente de inspiración y en la juventud un motor de creación poética que difícilmente podrá ser acallada. Sojos, quien ha incursionado en la literatura infantil y también sus textos constan en antologías nacionales y extranjeras, da a conocer su pensamiento.
¿Cuál ha sido el tema central de su poesía en estas dos décadas?
Son algunos temas los que he abordado y mi poesía ha ido cambiando a lo largo del tiempo. En estos 20 años he incursionado en la poesía erótica, la poesía de corte existencialista y urbana, donde he resaltado especialmente a mi ciudad, Cuenca. También he hecho poesía de identidad, de patrimonio y textos de literatura infantil. De alguna manera mi obra es un caleidoscopio.
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¿Y sus influencias?
Esas también han ido cambiando. Es indudable que, a medida que va leyendo y escribiendo, el poeta va cambiando. De pronto te das cuenta de que ese autor que influyó en un momento de tu vida, sin que te deje de gustar, ya no es tan determinante en otra etapa.
¿Entonces, su poesía ha evolucionado?
Evidentemente; siempre he pensado que el poeta tiene que ser un ser en evolución permanente. Este es un oficio de todos los días y, por lo tanto, uno siente a diario cómo va cambiando el contexto. Eso se refleja en esta antología poética en la que he incluido temas inéditos de actualidad, como en Mural, donde abordo la problemática de la juventud.
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¿Cuáles son sus fuentes de inspiración?
La mayor fuente de inspiración es el mismo hecho de estar vivos, así de simple. Como decía Octavio Paz: “El olvidado asombro de estar vivos”. Al poeta le duele todo y le alegra todo, y en estos tiempos cada vez más difíciles es más importante el ser poeta.
Cuándo escribe, ¿para quién lo hace?
No tengo un público específico, pero tampoco puedo mentir que escribo para mí misma, siempre lo hago pensando en llegar a alguien.
¿Cuándo descubre que su pasión es la escritura?
Estuve ligada a la cultura desde guagua, cuando tenía 6 años ya recitaba. Pero el oficio de escribir lo asumo precisamente hace dos décadas, cuando en Quito me dan el espaldarazo y reconocen mi creación con algunos premios. Si de algo sirve un premio en la poesía, es precisamente para comprometerte más con los lectores.
¿Hay futuro para la poesía en el Ecuador?
Creo que la respuesta la encontramos todos los días en las expresiones culturales de los jóvenes rockeros o en los nuevos lenguajes urbanos, por poner dos ejemplos. Esos nuevos discursos hacen que la poesía no muera. Pero, atención: no es que el poeta nace y se hace como los dioses. Es importante para los jóvenes, si quieren ser poetas, aprender a leer. No confío en el poeta que no lee.
¿Qué proyectos se vienen ahora?
Estoy cerrando un ciclo en mi vida y por esa razón estoy viviendo cada cosa que me pasa como un ritual. De ahí habrá que esperar lo que la ‘doña’ (se toca la cabeza) me diga. Es ella la que embruja, hechiza y obliga a crear. Posiblemente seguiré haciendo literatura infantil y continuaré con los estudios de antropología e identidad, temas en los que estoy muy metida.
Catalina Sojos
La escritora cuencana Catalina Sojos ganó el Premio Nacional de Poesía Gabriela Mistral en 1989 y el Premio Jorge Carrera Andrade en 1992 (otorgado por el Municipio de Quito), por su obra titulada Tréboles marcados.
Ha publicado seis libros poéticos. Algunos de ellos son Hojas de poesía, Cantos de piedra y agua, y El rincón del tambor.
Dentro de la literatura infantil creó Brujillo, texto que mereció una traducción al italiano.
Además, imparte talleres de creación literaria y técnicas de animación a la lectura a profesores. Es directora del Museo Manuel A. Landívar.
La escritora representó al país en las Jornadas Hispanoamericanas Culturales, en Madrid, España, en 1992.