Una poesía cercana al abismo y a Dios. Y que aunque existía la posibilidad de recaer Pedro Gil, siempre será un adicto a la poesía.El callejón las 7 puñaladas Pedro Gil fue herido pero no vencido. Un lunes de junio conversamos en diversas locaciones de Manta. En la playa de Tarqui entre los averiados navíos del astillero, espuma de cerveza y mar. Bajo los puentes donde el poeta duerme en sus recaídas. En el cementerio de Tarqui donde están las tumbas de sus padres y Victoria, su amada hermana.A lo largo del callejón de Las Siete Puñaladas donde su antigua casa familiar es un fantasma de maleza.Pedro Gil luce sus 38 años y todas las marcas de sus heridas, no tan solo las 17 puñaladas.¿Cuándo empezaste a vivir en clínicas de recuperación? He perdido la cuenta en cuantas clínicas, casas de reposo y comunidades he estado. Pero han sido 18 años. Mi juventud. Me siento bien en esos lugares, he aprovechado para escribir, leer y ver cine. Ahora vivo en la casa de reposo Padrinos en acción. Somos pocos, leo y medito. Ese es mi hogar.¿En estos espacios dabas terapia vivencial? Trabajé como terapista vivencial, combinaba cine con Narcóticos Anónimos y Biblia. Quise cambiar el sistema terapéutico, el insulto, la agresión. En el 2002 fui a Olavarría, Argentina, a un entrenamiento para sicoterapeutas. Vivíamos en los cuartos con los adictos menores de edad y todos asesinos. Conseguí mi título sicoterapeuta. Fui becado a El Redil en Cali, estudiaba Teología, Sicología. Oración y ayuno. Los viernes evangelizamos a estudiantes que fumaban marihuana. Ahí me declararon rebelde porque leía literatura. Terminé mis estudios teológicos y me regresé después de casi 2 años. Aprendí la felicidad en medio de infelices. Amé y amo a Dios. Descubrí que me faltó o falta amarme a mi mismo.En el prólogo de Soledumbre, libro con textos tuyos y de tus alumnos, manifiestas que en Manta eres más conocido como rufián que como poeta. Como la adicción es una enfermedad progresiva, soy impotente ante el alcohol y las drogas. Cuando recaigo consumo a plena luz con mendigos y pasan quienes propagan mi condición. Me han humillado gritándome: ¡Qué vas a ser poeta tú!, poeta es fulano que usa corbata y viaja y tiene buenas amistades. ¡Zarrapastrosos, el poeta soy yo!¿Qué ocurre con tu proceso creativo durante esas recaídas? Al principio todo es euforia, luego viene el lado oscuro de la adicción. Sin plata, mendigando centavos y comida. Luego la angustia, el deseo de matarte. En la última tomé 2 fundas de veneno para ratas. En ese estado, a ratos me despierta algún verso. Pero para escribir un poeta necesita estar en reposo, sobrio. No sé, si con varios intentos de suicidio el diablo no me quiere. O Dios tiene algo hermoso para mí.¿Cómo evalúas tus años como profesor del taller literario de Universidad de Manta? Son los mejores años de mi vida. Asumí esa responsabilidad y lo hago como poeta y lector, no de académico. En Soledumbre rescato a Yuliana Marcillo de 21 años que escribe cuento y poesía. Uno aprende a olfatear quién desea ser escritor y quién es arribista y solo quiere ganar estatus de escritor como decía Miguel Donoso Pareja.¿Actualmente qué escribes? El poemario 17 puñaladas no son nada por un referente real. Cuando me apuñalearon quedé solo en un cuarto del hospital y apareció Victoria, mi hermana a quien amé profundamente que movía su dedo índice como diciéndome: No, aun no te toca morir. Ahí mismo escribí el poema. Trabajo un cuentario agregado a una novela corta La noche de los gatos. Son mis vivencias en Olavarría, allá los gatos son los más débiles, a quienes los perversos cogen a cargo.Dicen tus versos: 17 puñaladas no son nada/ El alma está lista para más, ¿qué sientes por tus agresores? No siento rencor. Soy diabético y no perdí la pierna a pesar que recibí puñaladas profundas. Donde quieran que estén esos remedos de asesinos, gracias porque me estaba quedando sin recursos para escribir.Meses después una delegación literaria de Manta presentó en Barricaña un evento con tu participación como “17 puñaladas no son nada”, que más parecería un espectáculo circense... No quería decirlo pero tienes razón. Fue una payasada y no fui porque se me estaba gangrenando el pie. No soy un show. Lo repito, más que una leyenda, quiero ser escritor.¿Te sientes utilizado? Soy un equilibrista sin red protectora. Y no solo me hago daño a mí mismo. Pero hay una nueva generación de poetas que buscan primero la fama, cuando la obligación es primero hacer poesía. Hay borrachos que escriben adefesios. No se trata de ser maldito. Se trata de asumir tu condición. Si naciste en la miseria, sácale belleza a los pozos sépticos, yo saqué mariposas. Aprendan, giles. Yo soy el poeta y ahí termina la cosa. Y esto si me gustaría verlo publicado.Además de mis hijos hermosos y amigos, solo tengo un colchón, libros regados y películas. Aún camino y tengo erecciones. En mi vida fue más poderosa la amistad que la familiaridad, excepto mi cuñada que es mi madre.
La última, ¿la poesía salva? Me ha salvado. Es también mi adicción, pero me salvó. Si aún con tantos reconocimientos, he sido humillado, imagínate sin la tarea poética.","isAccessibleForFree":true}
El poeta manabita Pedro Gil junto a su casa familiar de la barriada de Tarqui, conocida como el callejón de Las Siete puñaladas. Foto: redaccion
Esta historia no es una crónica roja. Pero está manchada de sangre. La historia se lanza a rodar a las 02:00 del 1 de marzo del 2008. Cuando tres sujetos ingresan a una casa abandonada del callejón Las Siete Puñaladas, cerca al cementerio de Tarqui, Manta. Se detienen frente a un hombre que duerme y lo cosen a puñaladas. Una tras otra. 17 exactamente. Huyen y dejan entre la vida y la muerte al poeta Pedro Gil -quien nació en esa barriada en 1971- y que hasta entonces ha publicado los poemarios: Paren la guerra que yo no juego; Delirium Tremens; Con unas arrugas en la sangre; He llevado una vida feliz; y Sano Juicio. El primero a sus 18 años y el último a los 33.