El Congresillo acaba de aprobar la Ley Orgánica de la Función Legislativa, cuyo segundo debate, según ha señalado la asambleísta María Paula Romo, duró siete horas, en tanto que la votación veinte minutos.
Como se sabe, la aprobación de las leyes exige la aprobación en dos debates. Luego del primero, los asambleístas realizan diversas observaciones, las cuales son analizadas por una Comisión, luego de lo cual el nuevo proyecto es sometido nuevamente para que los asambleístas lo lean, discutan, sugieran cambios y finalmente, lo aprueben.
Es decir, para que se apruebe la ley en segundo debate, debe analizarse nuevamente el proyecto, discutirse el alcance de las modificaciones surgidas luego de las observaciones o críticas del primer debate y analizarse, artículo por artículo, su conveniencia, coherencia, sistematización, finalidad y constitucionalidad, todo con una compleja técnica normativa, lo que exige mucha prudencia, mesura, conocimiento y manejo de técnicas de redacción de textos legales.
¿Puede realizarse toda esta compleja tarea, en apenas siete horas? ¿Es serio afirmar que la ley fue suficientemente discutida porque el debate duró siete horas?
Revisar con seriedad un proyecto de ley cualquiera, exige muchas horas de estudio, análisis y discusión. Discutir un proyecto fundamental para una sociedad democrática en apenas siete horas, no solo que es irresponsable sino que es una tomadura de pelo. Y lo peor de todo es la defensa acérrima que se realiza por parte de asambleístas, que piensan que los ecuatorianos somos lo suficientemente tontos como para aceptar cada tontería que los “revolucionarios” nos dicen.
Por supuesto, esta forma de considerarnos no es reciente. Ya lo vivimos cuando se aprobó la Constitución, con una ausencia total de debate, lo que le costó el puesto a uno de los “muertos de la Revolución”.
Lamentablemente en el Ecuador el debate superficial es la norma común. Nada se analiza con profundidad. El escándalo se motiva con frases prefabricadas. Las justificaciones para romper la Constitución y las leyes son políticas y sustentadas en las encuestas. Los insultos, de los que no se salva nadie, se profieren con una facilidad pasmosa. La destrucción de la honra de mujeres y contendores constituye el hilo conductor de nuestra política. En definitiva, la defensa principal del régimen se sostiene en el ataque malsano, sofista y tendencioso que no duda en convertir a la superficialidad en política de Estado.
No obstante, es triste constatar que ante una gestión gubernamental sustentada en un discurso tan frágil, no aparezca ningún frente que contraste esa pobreza intelectual.
¿Cuántos foros, encuentros, seminarios, mesas redondas, conferencias, charlas y debates se han organizado desde las instituciones y desde la sociedad civil para tratar con profundidad los grandes temas nacionales?
¿A qué Universidad hemos escuchado debatir con profundidad sobre la autonomía universitaria, por ejemplo? ¿En qué foros se han analizado con seriedad los proyectos que convertirán a los municipios y prefecturas en oficinas de tercera categoría? ¿En qué escenarios se ha debatido con sapiencia el espacio que en la actualidad ocupa el Ecuador en el escenario mundial y las repercusiones para el empleo y la inversión de la hermandad con Irán y los países de la ALBA?
No nos engañemos, en el Ecuador el debate serio no existe. Por ello, el espacio para la demagogia y el populismo es ilimitado.