| claramedina5@gmail.comEsta novelista de la posrevolución se reinventa a sí misma y así descubrimos otras facetas de un país.Podría ser entendida como una novela generacional. La generación de aquellos cubanos que ya no experimentaron el espíritu de unidad y efervescencia de los años inmediatamente posteriores a la revolución. La de aquellos que han tenido que vivir entre lo prohibido, lo deseado o lo obligatorio. La de los que no creen que los mártires o los héroes son solo esos que están en las estatuas. La de los que comprenden que sobrevivir es un acto cotidiano de heroicidad y resistencia. La de aquellos que experimentaron adioses, la ilusión de partir o que decidieron irse y que no por ello se consideran gusanos.Podría ser entendida como todo eso. Pero como a diferencia de los escritores de décadas anteriores, muchos de los autores de la actualidad no tienen la intención de hablar por un país, por una generación, o convertirse en representantes de algo o alguien, la novela Todos se van, de la escritora Wendy Guerra, debe ser vista y leída como una voz que habla solo por sí misma. Como una propuesta individual en la que no obstante está reflejada una época: la que a ella le ha tocado vivir, de la que tiene conocimiento y memoria fresca.Guerra nació en 1970, en La Habana. Poeta y diplomada en dirección de cine, ingresó al mundo de la narrativa con este libro, con el cual obtuvo el Premio Bruguera de Novela en el 2006. Es una obra escrita en forma de diario, recurso bastante utilizado en la literatura, especialmente por mujeres. Pero aun así, cuando una la lee, tiene la sensación de que está ante algo interesante, viejo pero a la vez nuevo y fresco.La protagonista de esta historia es Nieve Guerra, cubana como la escritora, hija de padres divorciados y nieta de unos abuelos que viven en el exilio, como muchos isleños. Nieve está en Cuba, pero no está. Es como una extraña en su propio país, o como una broma de mal gusto. “A nadie se le ocurre ponerle Nieve a una niña con el calor que hace en Cuba”, señala. Su nombre es como una alegoría de las contradicciones que marcarán su existencia. Una existencia a contracorriente del sistema.Nieve lleva un diario, y a través de este nos adentramos en distintas etapas de su vida: cuando apenas tenía 9 años y el calendario señalaba el fin de la década de los años setenta; a los 17, a mediados de los ochenta. En la adultez, a principios de los noventa, y en su etapa actual. Todo lo que cuenta tiene un tono íntimo, personal. Están sus impresiones, sus sensaciones. Hay páginas dedicadas a hablar, por ejemplo, de la disputa entre su padre y su madre por su custodia, o los maltratos que recibía de su padre. En unas líneas desmitifica al Che Guevara. O reproduce las consignas que tenían que gritarle a los que se iban de Cuba, mientras ella calladamente comprendía que eso no era la revolución. Que ser revolucionario era otra cosa.Nieve se cuenta a sí misma, pero a la par va narrando un país y la complicación que representa ser distinto en una sociedad que desea uniformar las ideas. Y en medio de todo ello inserta referencias a escritores exiliados o de otros países, a pintores como el gran Wifredo Lam, que en un episodio se encuentra con la mamá de Nieve, de quien fue profesor; a cantantes, como Luis Alberto Spinetta, Carlos Varela, Joaquín Sabina o Luis Eduardo Aute, de los que cita sus letras. Es una novela que se construye a partir de muchos lenguajes: el de la literatura, el del cine, el de la música, el de las vivencias personales. Un libro que bebe de varias vertientes.Wendy Guerra, su autora, fue una de las convocadas al Encuentro Bogotá 39, que el año pasado reunió a los 39 más destacados escritores latinoamericanos menores de 39 años. No se considera heredera de las figuras del boom latinoamericano, pero reconoce que a ellos le debe el arte de escribir con el alma. ¿Y Nieve? se preguntarán. Ella sigue escribiendo su diario, en Cuba, sin poder desplazarse, como condenada a la inmovilidad.